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Vestidos de virtud

Foto del escritor: Rvdo. Alberto J. Díaz RiveraRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

Colosenses 3.12-17

 

Todos estamos familiarizados con imágenes difundidas por las redes sociales o por la televisión de cómo los médicos y enfermeros se tienen que vestir cuando van a atender a un paciente de COVID-19. Usan esa vestimenta principalmente para protegerse a sí mismos y no contraer la enfermedad. Esas imágenes me hacen recordar una experiencia de una visita pastoral que llevé a cabo varios años atrás. Un amigo había sufrido un accidente en su trabajo en el cual sufrió quemaduras en gran parte de su cuerpo. Él había sido recluido en la unidad de quemados del Hospital Industrial de Puerto Rico. Como pastor, yo había entrado muchas veces a las salas de intensivo; sin embargo, durante aquella visita se me requirió vestirme de una manera especial. Tuve que ponerme una bata, guantes, mascarillas, gafas, cubrezapatos y una malla para el pelo. Además, me dieron instrucciones muy claras en cuanto a lo que podía y no podía hacer durante aquella visita. Todos estos protocolos tenían el propósito de que mi acercamiento no fuera a afectar la salud del paciente, y, así, de proteger su vida.


De la misma manera el apóstol Pablo exhortó a la iglesia a “vestirse” de manera que guardara la salud de la iglesia-comunidad. Ellos lo lograrían “haciendo morir lo terrenal” y “despojándose del viejo hombre”, es decir, dejando atrás las prácticas pecaminosas que afectaban su vida personal y la vida comunitaria. El propósito de despojarse era que cada uno de ellos pudiera vestirse de manera nueva. Esa nueva manera de vestir no era un hábito, tipo o estilo de ropa, sino una serie de virtudes que debían estar presentes en la vida del/la creyente. Con esta imagen de vestirse, lo que el autor quiere transmitir es la importancia de que, en el carácter del creyente, estén presentes aquellas virtudes que estuvieron presentes en Jesucristo.


Entender lo que implicaba esa nueva vestimenta llevaría a la iglesia a ser una santa, es decir, una iglesia separada para Dios. Esto no significaba que la iglesia se apartaría del mundo e ignoraría su realidad. Esa santidad de la iglesia renovaría su visión de Dios y su llamado, de manera que, si los miembros de la iglesia entendían lo que implicaba ese llamamiento —esa santificación—, serían entonces compasivos, pues mostrarían un sentimiento profundo por sus hermanos. Como consecuencia, serían bondadosos, no les costaría hacer el bien a quienes le rodeaban y serian humildes, pues estimarían al otro como superior a ellos mismos. Demostrarían mansedumbre, pues en la vida no hay por qué vivir en la guerra continua de querer tener la razón. Pareciera que esta iglesia necesitaba leer de manos de Pablo un consejo práctico para la vida, uno que les dejara saber que en la vida es importante llegar a acuerdos y escoger las luchas. Como si fuera poco, añadió una virtud muy importante: la paciencia.


Vestirse como escogidos/as de Dios y procurar poner en práctica las virtudes del evangelio tendría como resultado un ambiente relacional refrescante, libre de tensiones o malos entendidos. Sería un ambiente de amor y de paz en la vida de aquella comunidad y de quienes le rodeaban.


Finalmente, hoy el Señor nos invita a vestirnos como escogidos/as de Dios, a distinguirnos porque practicamos las virtudes de Jesucristo, porque esas virtudes día a día nos forman, porque las necesitamos para vivir en paz, amor y agradecimiento. Nos invita a vestirnos como escogidos de Dios para que nuestra adoración no carezca de sentido y para que podamos ser de bendición a otros/as. Nos invita a vestirnos como escogidos/as de Dios para que podamos vivir para su gloria y su honra.


Bendiciones,


Pastor Alberto

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