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Una razón para creer

Juan 10: 22–30

¡Ver para creer! Esta es una frase popular que alguna vez todos hemos expresado. Sin embargo, la frase no es del todo cierta, pues en ocasiones, aun teniendo la oportunidad de ver, no somos capaces de creer. Así les sucedió a los judíos que cuestionaron a Jesús, quienes, a pesar de haber visto las señales que él hizo, no le creyeron.

 

El pasaje considerado forma parte de un discurso en el cual Jesús confronta a los judíos con su incredulidad. Previamente él se les había presentado como “la luz del mundo”, capaz de alumbrar a todo aquel que estuviera en tinieblas. Para Jesús, el hecho de que permanecían en tinieblas era la razón por la cual aquellos judíos eran guiados por las malas acciones de su “padre el diablo”. Esa confrontación provocó que procuraran apedrearle. Acto seguido, como señal que afirmaba lo que previamente había dicho, Jesús sanó a un ciego de nacimiento. Este milagro tenía el propósito de destacar que hay una ceguera más fuerte que la física, esta es, la ceguera de quienes viendo sus señales no creen: la ceguera espiritual.

 

En contraste con esto, Jesús presentó una alternativa de vida. Esta es entrar por una puerta —que es él— para formar parte de un pueblo conocido por Dios y capaz de experimentar la vida que solo él puede ofrecer. Esa fue precisamente la intención del autor bíblico al ubicar la narrativa de la resurrección de Lázaro después del pasaje considerado: hacernos saber que es posible pasar de la incredulidad a la fe, o sea, de la muerte a la vida.

 

Nuestra actitud hacia Jesús determinará nuestra condición espiritual. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Es solo un personaje de la historia o es aquel que es capaz de transformar nuestra historia? Aquellos milagros fueron signos de lo que él puede hacer en nuestras vidas. ¡Esas historias nos recuerdan que es posible pasar de la muerte a la vida! Para esto, solo nos es necesaria la fe: una razón para creer.

 
 
 

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