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A sus pies

Juan 12: 1–8




El pasaje considerado encierra una riqueza sin igual. Los cuatro evangelistas lo incluyen en sus respectivas obras; la mayoría de estos ubican esta escena luego de la entrada triunfal, y no identifican a la mujer que ungió a Jesús ni al discípulo que protestó por el uso de aquel perfume. Sin embargo, Juan ubica esta escena antes de la entrada triunfal e identifica a la mujer que unge a Jesús: se trata de María, la hermana de Lázaro. Además, Juan explica que fue Judas Iscariote quien se indignó por el uso que María le dio a aquel perfume.

 

Esta historia debemos considerarla junto a la que le antecede: la resurrección de Lázaro. Pareciera que ambas historias presentan ciertos contrastes que el lector no debe ignorar. En adición, me parece necesario considerar tres claves importantes para su interpretación.

 

La primera clave es la ocasión. Es posible que esta cena se haya dado como una expresión de gratitud de los amigos de Jesús por la resurrección de Lázaro. Si en efecto así fue, ese sería un momento de intimidad entre Jesús y sus discípulos y, a su vez, un momento revelador en el cual se iba dejando al descubierto la maldad en el corazón de Judas. En Juan, la unción de Jesús ocurre antes de la Pascua, una fiesta en la que el pueblo judío recordaba su liberación de la esclavitud en Egipto. Como parte de los preparativos para la fiesta, debían realizarse ciertos ritos de purificación. Así pues, es posible que el autor haya querido presentar aquel momento como el acto preparativo de Jesús para la entrega de su vida.

 

La segunda clave es el perfume. Interesantemente, unos versos antes, Marta, la otra hermana de Lázaro, estaba preocupada por el hedor que ya tenía el cuerpo de su hermano en la tumba. Pareciera que Juan quería contrastar los olores, como queriendo expresar que, mientras las acciones del ser humano siempre tendrán un olor de muerte a causa de su pecado, las buenas noticias de Jesús son un olor de vida para el mundo.

 

La tercera clave es la unción misma, la cual, ante los ojos de Jesús, fue un acto de entrega, mientras que, a los ojos de Judas, fue uno innecesario. Para Jesús, aquel acto fue tan significativo, que sería uno memorable por su lección de entrega y compromiso hacia Él y por ser un principio para la misericordia.

 

Pidamos al Señor que nuestros encuentros con otros sean en gratitud por lo que Él ha hecho en nosotros, que sean como ese perfume de testimonio para que otros puedan ver, escuchar y sentir el amor de Dios. Así mismo, pidamos que nuestras acciones de misericordia y amor sean evidencia de una vida rendida a sus pies.

 
 
 

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