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Una iglesia renovada

Efesios 4.17-24

 

Cuando hablamos de renovación podemos definirla como: hacer algo como nuevo o volverlo a su primer estado; restablecer o reanudar una relación o algo que se ha interrumpido; dar energía a algo, transformarlo. Esto me hace recordar cuando hace unos años atrás, al adquirir la casa en la cual mi familia y yo residimos, iniciamos el proceso de renovación de esta. Nos aventuramos en ese proceso porque entendíamos que la casa no respondía a nuestras necesidades familiares. Aquel proceso tuvo sus desafíos. Recuerdo que, como parte de esto, hubo que desmantelar la cocina, por lo que, durante varios días, tuvimos que fregar en el lavamanos; cocinar en el área del comedor; el recibidor de la casa y una de las marquesinas se convirtieron en un gran almacén; y por varias noches dormimos todos en el mismo cuarto. Esto sin contar la lucha diaria contra el polvo de cemento que cada día cubría todo. Todos los días, durante aquel proceso de renovación, hubo que barrer, mapear, limpiar las superficies y lavar con manguera. En fin, fue un proceso muy agotador que, hoy confieso, parecía no acabar, pero al terminar fue de bendición.


El autor de la carta a los Efesios invitó a la iglesia a un proceso de renovación. Esa renovación era una del intelecto, es decir, de la manera de pensar. Ellos tenían que ser renovados, pues podían caer en la ignorancia de aquellos que no conocían a Dios. Según el autor, aquellos que no conocían a Dios creían conocerle, mas vivían en ignorancia, pues no conocían nada de la vida que proviene de Dios. Ellos experimentaban la dureza del corazón por causa de su obstinación y rechazo al ejemplo de Jesús, viviendo así en la vanidad de su mente y deshonrando a Dios con sus acciones. Es posible que los efesios aun estuvieran marcados por su antigua manera de vivir. De manera inmediata, el autor hace un contraste para ejemplificar cómo debe ser la vida de aquellos que han aprendido de Cristo, que en el ejercicio de la comunión con los creyentes han visto el testimonio de la vida de Dios. ¿Cómo lo harían? Primero, despojándose de la vieja humanidad para vivir una nueva humanidad que no se limita a un solo individuo, sino que se extiende al colectivo de una comunidad de fe. Segundo, tendrían que pasar por un proceso de renovación y santificación que sería continuo por ser un proceso que Dios realiza en el ser humano. Lo tercero, sería una acción propia, pues ser vestidos como una “nueva persona” implica vivir de manera justa e íntegra con nuestros semejantes y vivir un encuentro que nos desafía a hacer su obra en el mundo.


Hoy Dios nos invita a un proceso de renovación. Este proceso es toda una aventura pues inicia en el ámbito de nuestro pensamiento para propiciar en nosotros un cambio en la manera de ver o entender la vida y el mundo. Cuando nuestra visión se renueva a la manera de Cristo, los valores y creencias en los cuales vemos nuestra realidad cambian. Cambia la manera en la que vemos al otro y a la otra, pues ya no tenemos un concepto más alto de nosotros/as mismos del que debemos tener. Este proceso debe ser uno continuo, pues se da en el campo de nuestro pensamiento, lugar donde se desatan las luchas más importantes del ser humano. Para responder a la manera de Cristo, hay pensamientos de los cuales debemos despojarnos. Aquellos pensamientos que generan divisiones, establecen jerarquías, superioridad nacional o ideológica, entre otros. En fin, todo pensamiento que deshumaniza y lacera la dignidad de la creación de Dios y sus criaturas. En este esfuerzo encontraremos luchas y dificultades —sobre todo, con nosotros/as mismos/as—. Momentos en los cuales seremos confrontados porque estaremos siendo formados a la imagen de Dios.


Ciertamente el ser renovados/as, siempre será para bendición de nuestras vidas, nuestras familias, nuestra comunidad de fe y nuestro país.


¡Que el Señor nos ayude a ser una iglesia renovada!


Pastor Alberto J. Díaz Rivera

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