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Nada ni nadie es insignificante, en las manos de Dios

Foto del escritor: Rvda. Yamina ApolinarisRvda. Yamina Apolinaris

Mateo 13:31-35

 

Esta es una de las parábolas que forman parte de esta sección tanto en Marcos como en Mateo y aún en Lucas. Utilizando un método narrativo, de una historia sobre algo común y cotidiano, Jesús logra no sólo atraer la atención de sus oyentes, sino además capitalizar en el poder del contraste de ideas, estimulando y provocando que las personas reflexionen sobre lo que se dice a la luz de sus propias experiencias.

Es importante entender que el uso de la semilla de mostaza como símbolo del Reino de Dios era muy controversial. Según la ley rabínica la mostaza estaba entre las plantas que no se podían sembrar en el huerto. Su semilla era pequeña, pero el crecimiento se extendía y arropaba todo lo que había en el huerto, además de que era considerada una planta inmunda, que si se sembraba contaminaba todo el huerto.

De modo que, con esta ilustración, Jesús, más que ofrecer una imagen de la agricultura, desafía a sus oyentes a mirar más allá de lo aparente, a mirar las cosas desde sus significados más amplios y más profundos.

Imagínense ustedes el impacto que esto tuvo en aquellas personas que escuchaban esta historia. Es como si nos dijeran: el Reino de los cielos es como el moriviví. De primeras pensaríamos que ese no es un buen ejemplo, arrasa con todo, tiene espinas, nadie lo sembraría si quiere tener un huerto o un jardín nítido y bonito. Pero, por otro lado, el moriviví tiene raíces profundas que no se desarraigan fácilmente. Es resistente aún a las sequías. Nadie sabe cómo, pero se riega y se mete por todos los lados y sus ramas se protejan de tal manera que cuando piensan que están muertas vuelven y surgen. Si lo miramos desde ahí, claro que puede ser una buena imagen del Reino y de la Iglesia.

El misterio de esta historia, el mensaje en esta parábola es que, el Reino de Dios y aquí podemos añadir también, la Iglesia, el Pueblo de Dios, está presente en las cosas pequeñas y se mueve de manera sutil, aparentemente insignificante. Pero lo sutil, lo pequeño, lo insignificante de sus comienzos no representa en nada lo que será el resultado final.

Lo otro significativo de esta imagen de la semilla de mostaza es que sus ramas son robustas, aunque no crece como un gran árbol frondoso. Esto quiere decir que las aves que se acercan son aves pequeñas, son pájaros de poco vuelo, posiblemente aún los pajarracos que ningún agricultor desea en su huerta. Pero el texto bíblico dice que sirven de nido y protección a las aves. ¡Qué imagen más poderosa, qué significado tan hermoso! Esos arbustos hacen posible que las aves más pequeñas, que las que estén enfermas o débiles que no pueden remontar vuelo, que las más insignificantes, que las que no tienen otro lugar, puedan acercarse para hacer sus nidos, para encontrar alimento, para conseguir cobijo y refugio.

La belleza de la parábola de la mostaza es su representación de la vida. La visión de la fuerza y la protección que emergen de una planta insignificante e impura. Es sorprendente como Dios nos puede usar a pesar de nuestra ineptitud, si nos disponemos y nos ponemos en sus benditas manos.

De eso se trata el Reino de Dios y esa es la misión de la iglesia. No es ser los más grandes o de mayor renombre. No es tener los recursos económicos mayores, ni conseguir siempre lo que queremos. Es seguir los pasos de Jesús. Es llevar a cabo su misión. Es simple y sencillamente sembrar las semillas de amor, es extender las ramas de misericordia, es dar cobijo y proteger de las inclemencias, es ser refugio. Y es ponernos en las manos del Señor, extender nuestras manos y abrir nuestros ojos y ver lo que Dios hace posible en quienes participan de la construcción de su Reino.

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