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¡Mujer, eres libre!

Lucas 13: 12-13

 

En el evangelio de Lucas nos encontramos con una mujer que, como muchas otras, necesitaba ser liberada. La mujer encorvada, como la identifica la Biblia, vivía atrapada. Esta mujer llevaba 18 años encorvada, doblada. Tenía una condición en su cuerpo que no le permitía enderezarse. Como consecuencia de su condición, se habían levantado muros y barreras a su alrededor. Muros y barreras físicos, sociales y religiosos. ¡Cuántos sueños y anhelos frustrados habrá tenido esta mujer durante esos 18 largos años! ¡Cuántos momentos de angustia y desesperación habrá tenido por no poder hacer y ser! Imagino muchas noches de lágrimas, de clamor y de recriminación. Imagino muchos intentos fallidos de superar las barreras y derribar los muros. Pero llegó Jesús. Sí, un sábado cualquiera, llegó Jesús a su sinagoga y la vio. Vio su condición física. Vio los muros que la mantenían atrapada. Más aún, Jesús vio su ser interior, su mente, su corazón, su espíritu. La vio tal cual ella era, y, al verla, la llamó. La llamó a salir de su prisión. La llamó a la libertad. La llamó a la vida plena. Entonces, la tocó. Al poner sus manos sobre ella, las barreras y los muros se derribaron. En ese momento, la declaración de Jesús se hizo realidad, su poder se reveló de forma concreta. “Mujer, eres libre. . . y puso las manos sobre ella, y al instante se enderezó”.


¡Qué maravilloso! El poder de Dios en acción. Y hoy miro a mi alrededor y me pregunto: ¿cuántas de las mujeres que me rodean permanecen encorvadas, atrapadas por los muros que la sociedad, el mundo, las instituciones y la iglesia han levantado a su alrededor? ¿Cuántos hombres, niños, jóvenes y ancianos viven igualmente encorvados? ¿Los vemos? ¿Los identificamos? ¿Los llamamos; les hablamos? ¿Nos acercamos a ellos? ¿Los tocamos en el nombre de Jesús y les decimos: eres libre?

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