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Foto del escritorRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

Fe que testifica

Hebreos 11.4

 

El domingo pasado iniciamos la nueva serie de mensajes “Caminamos en fe hacia el propósito de Dios” basada en la epístola a los Hebreos, capítulo 11. Este capítulo forma parte de un discurso en el que el autor de los Hebreos insta a los creyentes a no retroceder en su caminar de fe. Para esto les exhorta a caminar en fe, esto es: caminar confiados en el propósito de Dios, hacerlo con la certeza de que Él es y Él está, con la seguridad en sus promesas. En esa dirección el autor le brindó varios ejemplos de hombres y mujeres que caminaron en fe, siendo el primero Abel.


Según los relatos del Antiguo Testamento, Abel era hijo de la primera pareja humana: Adán y Eva. Sus padres, habiendo vivido en estrecha relación con el Creador y su creación, en un lugar donde tenían todo a su disposición excepto una sola cosa, desobedecieron la instrucción divina, causando así su expulsión del Edén. Así pues, la historia de Abel se da en un escenario diferente de en el cual sus padres una vez estuvieron. El escenario de Abel es uno de trabajo, dolor y enemistad, razón por la cual su relación con Dios se hacía cada vez más necesaria.


Abel fue asesinado por su hermano Caín, convirtiéndose así en la víctima del primer fratricidio registrado en las Escrituras. Estos se habían preparado para ofrecer una ofrenda al Señor; sus ofrendas eran diferentes, pues tenían capacidades y dones diferentes. Uno labraba la tierra para recibir de ella el fruto y el otro pastoreaba ovejas. Ambos llegaron a la presencia del Señor con lo que tenían: uno con frutos y el otro, con ovejas. Para ambos, esto representaba un sacrificio, pues era el fruto de su esfuerzo. Según el texto, Dios se agradó de la ofrenda de Abel y rechazó la de Caín, no por el contenido de su ofrenda, sino, por la actitud del corazón. La historia misma nos deja ver esta verdad cuando Dios le pregunta a Caín “si haces lo que es bueno, ¿no serás aceptado?, si haces lo malo, el pecado está a la puerta”. Así pues, el problema no era la ofrenda en sí misma, sino la actitud de Caín para con Dios.


Contrario a Caín, Abel vivía en armonía con Dios. Tal armonía propició la pregunta divina a Caín: “¿Dónde está tu hermano? ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Interesantemente el autor de Hebreos interpreta esta expresión divina de la siguiente manera: “Por la fe ofreció sacrificio… y muerto aún habla por ella”.


Pareciera que, a la luz de lo anterior, el texto de Hebreos hoy nos hace una invitación a reflexionar sobre nuestra fe, retándonos a su vez a tener una fe que se sobreponga a las marcas que otros han dejado en nuestro caminar, una fe que doblega nuestra prepotencia para acercarnos al Señor con humildad, una fe que nos enseña a vivir en armonía con Dios, una fe que nos hace alentar a otros con nuestro ejemplo, en fin, una fe que nos hace trascender. ¡Que el Señor ayude nuestra fe!

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