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Fe que deja huellas

Hebreos 11:30-31

 

El pasaje considerado nos recuerda la experiencia que el pueblo de Israel enfrentó ante Jericó. Esta era una ciudad pequeña, pero con una gran importancia comercial, pues en ella se comerciaba con sal, betún y azufre. Era una ciudad con poderosos guerreros y fuertes murallas. Estaba diseñada para resistir invasiones externas, pues contaba con grandes depósitos de agua y alimentos. En la actualidad sabemos, por los avances arqueológicos, que esta ciudad se encontraba situada en una falla volcánica, lo que la hacía propensa a terremotos. A esta ciudad fue a la que se dirigió el pueblo de Israel.


Según nos relata el libro de Josué, al llegar a Jericó, Josué compartió unas instrucciones: ellos debían darle una vuelta a la ciudad durante seis días. Al séptimo día, le darían siete vueltas a la ciudad y al grito del pueblo las murallas caerían. El resultado fue el esperado: las murallas cayeron. Ahora bien, más allá del evento en sí mismo, el autor de Hebreos destaca de manera implícita la fe de Josué y del pueblo como un modelo de fe para ellos, como comunidad de fe.


El segundo ejemplo de fe que presenta el autor es el de Rahab. Ella era una mujer, y, desde la visión religiosa del Israel del tiempo, era una cananea pagana y una prostituta. Así pues, conforme a las tradiciones de la antigua Mesopotamia, Rahab estaba en una posición de desventaja social. No obstante, según el libro de Josué, ella ayudó a los espías de Israel porque creyó en el Dios de Israel. La fe de Rahab no nació por una promesa, ni tampoco por una predicación. Su fe estaba basada en lo que había escuchado que Dios podía hacer, aun sin ella haberlo visto. Ella les dijo a los espías “hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo frente de vosotros/as y la victoria que les dio frente a los amorreos” y añadió “porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”. Según el texto, ella no pereció con los desobedientes, que, en el contexto del pasaje, eran aquellos que tenían falta de fe. Así pues, el autor compara a los habitantes de Jericó con los hebreos que habían salido de Egipto y transmite la idea de que la incredulidad tiene como resultado desobediencia y muerte, mientras la fe tiene como resultado obediencia y vida.


A la luz de ambas historias hay unas verdades fundamentales que debemos afirmar. En primer lugar, es por la fe que podemos dejar legados de bendición y vida. Los antepasados de quienes se preparaban para entrar a Jericó dejaron el legado del desierto. Sin embargo, los que acompañaban a Josué entendieron que su legado podía ser diferente, podía ser un lugar de descanso y bendición. Segundo, a la fe se responde con obediencia. Las probabilidades de prevalecer frente a Jericó eran mínimas, sin embargo, la obediencia del pueblo a la orden divina resultó en una victoria absoluta sobre aquel pueblo. Finalmente, el testimonio de lo que Dios ha hecho en otros debe fortalecer nuestra fe. Así sucedió con Rahab: no había conocido al Dios de Israel, pero escuchar lo que Él había hecho para con su pueblo fue suficiente para creer que era Dios del cielo y de la tierra.


¡Que nuestra fe pueda ser fortalecida a través de estas verdades!

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