2 Corintios 5:16–6:2
Las cartas a los corintios se escribieron con el propósito de mantener comunicación pastoral con aquella iglesia que estaba fundada en medio de toda clase de influencias sociales y religiosas. Al leer la primera carta, podemos ver que, aunque esta iglesia tenía una diversidad de dones, el apóstol no estaba bregando con una iglesia fácil. En medio de la iglesia había un sinnúmero de situaciones, desde morales hasta judiciales. En la segunda carta hay unos problemas que persisten, tales como problemas en el liderato de la iglesia e, incluso, problemas entre el apóstol y un sector de la iglesia. Ante esta situación el apóstol hace un llamado a una entrega total, por lo que invita a la iglesia a una reconciliación con Dios. Esta reconciliación también haría posible reconciliaciones con sus semejantes.
Esta reconciliación solo sería posible mediante un nuevo comienzo, una entrega total o, como dijera el apóstol Pablo, mediante una nueva creación. Para el apóstol, el creyente es una nueva creación, porque la muerte y la resurrección de Cristo le han dado una nueva perspectiva de la vida. Este concepto no es de Pablo, de hecho: él lo tomó prestado de los judíos de su tiempo. Para ellos, la nueva creación tenía que ver con el perdón de pecados, pero en un sentido escatológico. El apóstol Pablo vio la nueva creación de manera diferente: para el, la nueva creación era el momento en el cual decidimos mirar a Cristo y dejar a la historia todo aquello que en un momento dado nos separaba de Dios. Por esta razón es que el creyente ya no tendría que depender solo de sus limitadas capacidades humanas, pues en Cristo había recibido una nueva perspectiva del mundo y de cómo conducirse en éste.
La nueva creación también sería posible mediante la gracia, la cual se ha definido comúnmente como el favor inmerecido de Dios hacia nuestras vidas. Sin embargo, la gracia va más allá: ella es la influencia divina sobre el corazón y el reflejo de dicha influencia en la vida. El ser humano que ha sido influenciado, que ha experimentado el poder de Dios, no puede vivir para sí mismo, sino que vive para Cristo y como Cristo.
Hoy, al iniciar la Semana de la Consagración, debemos afirmar nuestra necesidad de reconciliar nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes. Esta reconciliación nos permitirá a nosotros mismos ser objetos de la nueva creación, la cual nos invita a dejar el pasado atrás y movernos hacia los propósitos de Cristo y ser objeto de la gracia divina, la cual nos hace reflejar el amor de Dios. Solo de esta manera podremos afirmar que vivimos en entrega total.
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