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Enseñemos como Jesús

Mateo 4: 23–25

 

Como parte de su misión, la iglesia de Jesucristo tiene el llamado de enseñar acerca de la vida, el ministerio y las promesas de Jesús de Nazaret. Es posible que la mayoría de nosotros crea comprender cabalmente este llamado, pues todos, en alguna medida, hemos recibido alguna enseñanza. Para algunos, la enseñanza es un don, un arte práctico, un conjunto de técnicas, una ciencia, unos datos, una práctica misteriosa o un ejercicio de sacrificio. Es natural pensar esto, puesto que han sido muchas las maneras en las cuales quienes nos educaron concebían la enseñanza, y es muy probablemente la manera en la que nosotros la concebimos.


Sin embargo, la enseñanza es más que lo mencionado anteriormente, debido a que la enseñanza es multidimensional. Este es, a mi juicio, uno de los grandes desafíos para la iglesia en el tiempo presente, pues no podemos enseñar de una sola forma o a una misma población. Como iglesia debemos volver a mirar cómo Jesús enseñaba, para que lo que hagamos sea transformador en la vida de la gente.


El pasaje que estamos considerando esta semana lo debemos analizar a la luz del discurso que nos presenta el autor de Mateo. Unos versos antes, se le deja saber al lector que Jesús se encontraba en un tiempo de profunda oración en el desierto, donde fue tentado y pudo vencer esa tentación. Acto seguido, Jesús comenzó a predicar, a hacer un llamado al arrepentimiento y a identificar a otros que le acompañarían en este esfuerzo. Además de orar, predicar y llamar, Jesús enseñaba en diversos lugares, en los que hablaba a otros acerca del evangelio del reino y los sanaba. Como resultado, su fama se difundió de tal manera que llegaron a él los atormentados, los lunáticos, los endemoniados y los paralíticos para recibir sanación y seguirle.


El tiempo presente le plantea a la iglesia un gran reto: seguir el modelo de enseñanza de Jesús. Este modelo se resume en uno de dependencia divina, arrepentimiento, humildad y responsabilidad comunitaria. La dependencia divina porque necesitamos a Jesús en todo lo que hacemos; el arrepentimiento porque reconocemos nuestros pecados y que, por encima de ellos, sobreabunda la gracia; la humildad porque no lo hacemos solos como llaneros solitarios, sino que en este esfuerzo necesitamos de otros y la responsabilidad comunitaria porque enseñar implica accionar, esto es, utilizar todos los recursos a nuestro alcance para construir el Reino de Dios en el mundo.


Hoy, al afirmar la importancia de la Educación Cristiana y al separar un espacio para la capacitación congregacional, lo hacemos con la confianza de que, sin importar la forma, el resultado de la enseñanza de Jesús siempre redundará en libertad, sanidad y en hacer discípulos.

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