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Foto del escritorRvda. Yamina Apolinaris

¿En quién y a qué esperas?

Isaías 40: 29-31; 42: 16


Hoy comenzamos una nueva semana de un tiempo de confinamiento, de quedarnos en casa, donde ya sabemos que se extenderá, al momento, por dos semanas más. Y aquí estamos, en un tiempo de espera, marcado no sólo por nuestro deseo, o necesidad de salir de nuestra casa, sino más aún, de un tiempo en espera de saber qué va a pasar.

Sin duda que, si hay algo en lo que nos parecemos casi todos los seres humanos, independientemente de nuestra gran diversidad, es que, a casi todos, por no sonar contundente, se nos hace muy difícil esperar. Unos más que otros pueden asumirlo con cierto grado de paciencia o tolerancia, pero la realidad es que, por mucho, nos identificamos con el dicho; “quien espera, desespera”. Sin embargo, también podemos decir que, lo que aprendemos en la espera, no es posible aprenderlo mientras estamos en el trajín de la vida.

En esta mañana, quiero invitarles a mirar brevemente una porción muy conocida, del libro del profeta Isaías, quien comienza esta sección con dos preguntas evidentemente retóricas; ¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no te has enterado? No son preguntas para las que se espera una respuesta simple. Son preguntas que llaman a la reflexión, pues invitan a quienes escuchan a concluir que; ¡Claro que saben quién es el Dios a quien han servido y en quien han depositado su confianza! ¡Claro que pueden recordar los momentos en los que se han enfrentado a momentos duros y de incertidumbre! ¡Claro que tienen la certeza de que Dios nunca les ha abandonado! ¡Claro que comprenden que la última palabra, no la tiene el ser humano con su limitada comprensión de su propia realidad, sino que la tiene Dios, creador y sustentador de la vida; de toda vida! ¡Claro que sí, que conocen de Dios y de su misericordia!

El hilo conductor, que une estas imágenes tan diversas que aparecen en estos versículos, que es también el tema principal se recoge esta frase; “los que confían en el Señor”. Ambas expresiones son válidas, pues apuntan hacia dos aspectos esenciales de nuestra relación con Dios.

Pues hay ocasiones en que las que lo que deseamos y necesitamos es recostarnos y descansar en el Señor. Hay ocasiones en las que sólo deseamos que Dios nos tome en sus brazos; hay ocasiones en que no queremos dar un paso más y sólo deseamos que nos levante y nos conduzca a donde necesitamos ir.

Hay quienes se han sentido justamente de esta manera, estando en sus casas estos días. Hay quienes han descubierto en esta situación del llamado “encierro” como una oportunidad para la reflexión personal y familiar, para buscar el consuelo y la fortaleza de Dios en tiempos de incertidumbre. En momentos así, nos sentimos como dice el salmista (131) como recién nacidos en el regazo de su madre, buscando nutrirnos, buscando consuelo y protección.

Pero, por otro lado, si queremos continuar adelante, si no queremos detenernos en el camino, si deseamos seguir dando los pasos que necesitamos dar, ese es el momento de esperar a Dios. Todos los días oramos por las personas que salen día tras día a realizar tareas y servicios en beneficio de toda la población. Salir a la calle todos estos días es asunto complicado, no sólo por la preocupación del contagio personal, sino además por la preocupación por la familia. Tenemos miembros de nuestra iglesia que están en las primeras líneas de atención y de servicio. Esperan al Dios que les acompañe, que les asista en la toma de decisiones; que renueve sus fuerzas para la tarea y que les use como instrumentos de cuidado, de bienestar y de salud a los demás.

Y de ahí, como decía al principio es que podemos entender los versículos tan conocidos del capítulo 40, 29-31. Nos encontramos con la lógica divina, el pensamiento divino, que como bien dice Isaías es diferente al nuestro. Desde la matemática humana es necesario tener algo para poder multiplicarlo, pero desde el propósito y la voluntad divina, no hacen falta las fuerzas, para no desmayar, porque Dios da esfuerzo al cansado y multiplica las fuerzas a quien no tiene ningunas.

¡Los que confían en el Señor y al Señor! Iglesia, quienes esperamos en el Señor, lloraremos, pero no nos desalentaremos; sufriremos, pero nos desmayaremos, se nos doblarán las rodillas, pero no nos caeremos; porque Dios sostiene nuestra vida y su gracia sobreabunda en nosotros y nosotras.

Caminamos por senderos de oscuridad, de la incertidumbre del día a día, pero a cada paso, Dios transforma las tinieblas en luz…a cada paso, en ocasiones como esperando a encender las luces para poder ver. Transitamos por lugares escabrosos, pero ese Dios ya, más que un lazarillo, que nos toma de la mano, y nos lleva por el camino, además construye veredas y transforma lo escabroso del camino, en llanuras apacibles.

Quienes confían y esperan en y al Señor, recuerdan como hoy recordamos, que, en momentos duros y difíciles, Dios se hace presente, acompañante constante en una senda difícil pero nunca solitaria porque Dios está a nuestro lado

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