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Dios abre caminos de provisión

1 Reyes 17:14

 

A la luz del tema de la fidelidad de Dios es que he escogido este texto bíblico que se encuentra en 1Reyes 17:10-24. Aquí encontramos dos personajes cuyas vidas interceptan de una manera providencial, queriendo decir con esto, que no es al azar sino como parte de un plan divino.

Por un lado, se encuentra el profeta, quien hasta el momento no ha tenido que penar ni limitarse en nada por el sustento, pues Dios le dirigió al lugar donde había un arroyo y donde aún los cuervos le traían pan y carne.

Por otro lado, está la mujer. Otra mujer sin nombre como muchas tantas en las Escrituras, conocida sólo por el lugar de procedencia, Sarepta, y por su status civil, era viuda. En lo poco que se nos dice de ella podemos hacernos un cuadro bastante claro de esta mujer, y posiblemente así de las razones por las cuales Dios envía a Elías donde ella.

Sorprende esto, pues aquella mujer, por su situación, no solo es que no podía darle mucho al profeta, sino, que no podía darle nada. En su caso, contrario a la situación del profeta, no vienen ni los cuervos a darle de comer, sino que ella busca, con esfuerzo, aún la leña que posiblemente otros descartan, para poder dar de comer a su hijo.

Han pasado tres años de sequía así que esta mujer ha tenido que luchar “haciendo de tripas corazones”, como decía mi abuela, para poder evitar perder también a su hijo. Nos podemos imaginar sus soledades, sus penurias, sin tener con quién compartirlas, sus quejas ahogadas, sin poder manifestarlas por no desalentar a su hijo.

Es allí donde Dios envía a Elías. Como si no fuesen suficientes las angustias y necesidades de aquella mujer. Hay quienes piensan que Elías es enviado para ayudar a la viuda en su necesidad, pero a mí me parece que primordialmente es para darle una lección al profeta. Posiblemente para el profeta era más fácil entender que los cuervos le trajeran de comer, que esperar que esta viuda pobre, representara su sustento.

Y así aquella mujer que nada tenía es llamada a ser sustento. Aquella mujer desplazada es convocada a ser refugio. Aquella mujer desesperada, al límite de sus circunstancias, es invitada a dar esperanza y abrir nuevas posibilidades donde no parece haber alguna.

En el profeta, Dios se convierte en la persona en necesidad y la mujer se convierte en a quien se refiere Jesús más adelante cuando dice: “porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me cubriste, fui forastero y me recogiste…

La viuda, sola con su dolor y su miseria, se dispone a preparar el pan que se le pide: se obsequia trabajando, amasa con la harina de su propio corazón, que no se acaba. Porque sólo el amor no se acaba.

Por último, la historia de Sarepta nos hace volver la mirada sobre el hijo de la dueña que muere y es resucitado. Según parece este hijo es todo lo que tiene esta pobre viuda y es fácil imaginar que su muerte significa para ella una soledad absoluta, un despojo de lo más suyo.

Pero la resurrección tiene la última palabra. Dios cumple su propósito de vida en quienes responden desde el amor y la solidaridad en reciprocidad de lo recibido. Y así tanto uno como la otra, dan desde lo que tienen a raudales, amor, compasión, justicia, empatía, esperanza.

Ciertamente esta historia nos reafirma que Dios siempre cumple sus promesas. Por eso el salmista dice: “no he visto justo desamparado ni su descendencia que mendigue pan”, porque mientras haya amor solidario, nuestras necesidades serán suplidas. Esta historia nos reafirma además que Dios no se olvida de los suyos y que ciertamente cumplirá su propósito, su buen propósito, su completa y perfecta voluntad en nuestras vidas.


Aquel que la buena obra empezó

Aquel que la buena obra empezó

Será fiel en completarla

Él es fiel en completarla

El que la comenzó será fiel en completarla en ti”.

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