Hebreos 11.7
Al considerar este verso, vienen a mi recuerdo las ocasiones en las que en la escuela dominical se hablaba acerca de la historia de Noé. ¡Esa era una historia muy interesante! En aquel entonces me preguntaba: ¿cómo se pudo construir un barco en el que cupieran tantos animales? ¿Cómo fue posible una construcción tan grande? Poco tiempo después me preguntaba: ¿por qué Dios condenó a tantas personas a la muerte? Con el tiempo entendí que esta historia era una representación de nuestra realidad: seres humanos condenados a muerte por el pecado, a quienes Dios les ha dado un medio de salvación en Jesucristo.
La historia de Noé se da en un contexto de pecado, maldad, injusticia, falsedades y mucho más. Tanto que, según el relato bíblico, Dios se había arrepentido de haber creado al ser humano. Aquel ser que se creó conforme a la imagen divina, pero cuya desobediencia lo guió a toda clase de mal. Es en esa realidad en la que se destaca Noé como aquel ser humano que, en medio de y a pesar del pecado imperante, decidió obedecer y creerle a Dios.
Nuestro desafío es similar al de Noé, pues, en medio de una sociedad incrédula, somos llamados a caminar con Dios. Ese caminar implica construir espacios de vida en medio de una sociedad hostil. Ese caminar nos hace consientes de que, a pesar de lo fuerte del proceso y de nuestras limitaciones, Dios siempre apoyará y proveerá para el cumplimiento de su misión. Sobre todo, ese caminar incluye que vivamos como gente justa, es decir, como seres humanos que hacen lo que les toca a pesar de la incredulidad y de las dificultades que le rodeen.
¡Que el Señor nos ayude a ser sus constructores en este mundo!
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