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Amando a Dios desde la familia


En Deuteronomio se destaca la exhortación de Moisés en su despedida como líder de Israel. En ella, Moisés repasa la historia e instrucciones que habían sido compartidas al pueblo desde la salida de Egipto. De esta manera concluía la peregrinación por el desierto, y se vislumbraba el cumplimiento de las promesas divinas para con ellos. La exhortación hace también un llamado a la conciencia colectiva para que, como pueblo, vivieran de manera recta, obedientes y fieles a la ley de Dios. Antes de que el pueblo comenzara una nueva etapa, Moisés les recordó que el mandamiento clave para ellos/as sería: “Amar a Dios…”, y ese amor se reflejaría en su fidelidad al pacto, obediencia a los mandamientos y cumplimiento de las leyes dadas en el Sinaí. Con este discurso de despedida se pretendía que el pueblo comprendiera bien a quién le pertenecía. Además, buscaba que el pueblo se relacionara con Aquel que se le reveló temprano en su historia y a quien debían responder con fidelidad y obediencia.

 

Los versos considerados no solo presentan el mandamiento de amar a Dios, sino que buscaban comunicar el temor a Dios, el cual se manifestaría al observar los mandamientos. Este temor significaba amarle y servirle con todo el corazón, pues la instrucción divina no solo requiere oídos, sino acciones que evidencien la obediencia a la voluntad divina. Esas acciones y obediencia a la voluntad divina debían ser transmitidas de generación a generación. De esta manera, Dios traería prosperidad y crecimiento de la nación; crecimiento que había sido prometido a los patriarcas desde los inicios del pueblo.

 

La frase “Yavé nuestro Dios, Yavé uno es” pertenece a un credo de oración y de confirmación de la fe de los creyentes. No obstante, la frase hace un contraste entre el dios de Canaán y el único Dios real y vivo, a quien el pueblo debía amar con profunda emotividad: “corazón, alma, fuerza”, de manera que los mandamientos tuvieran lugar en el corazón hasta que el pueblo los interiorizara y llegara a ser inmovible en ellos. Para esto, debían adoptar la práctica egipcia de escribir en las puertas de sus casas palabras de carácter sagrado.

 

Finalmente, este pasaje destaca la responsabilidad que hemos heredado como iglesia. Es por esa responsabilidad que en nuestras familias la transmisión de la fe debe tener relevancia. Jesús validó esa tradición y nos enseñó que el amor a Dios es una respuesta de amor del/de la creyente al obrar de Dios en su vida. Ahora bien, Jesús amplió ese mandato dándole un sentido práctico enmarcado en el amor al/ a la prójimo/a. Esas son las líneas del carril por el cual la iglesia debe moverse: el amor a Dios y el amor a sus semejantes —semejantes que encontramos en nuestras familias, congregaciones y fuera de estas—. Por lo tanto, cuando la iglesia afirma que ama a Dios y a su prójimo, reconoce la necesidad de comprender, vivir y transmitir el amor de Dios en todas sus dimensiones, comenzando en el interior de la familia.


Bendiciones,


Pastor Alberto

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