“Pero yo estaré alerta, esperando al Señor. Pacientemente esperé en Dios mi Salvador; él me escuchará.” —Miqueas 7:7
“Yo puse mi esperanza en el Señor, y él inclinó su oído y escuchó mi
clamor; me sacó del hoyo de la desesperación, me rescató del cieno
pantanoso y plantó mis pies sobre una roca; ¡me hizo caminar
con paso firme! —Salmo 40:1-3
El contexto de este pasaje de Miqueas es uno de dificultades a todos los niveles, es decir, social, físico, moral y también espiritual. El pueblo sabe que las circunstancias que le rodean, por causa de sus propias equivocaciones, no presagian un futuro diferente. Esto se da a nivel colectivo, pero lo mismo ocurre en el texto del Salmo, aunque se plantea desde la angustia y la desolación de un individuo. La realidad es que, ya sea en números singulares o en grandes cantidades, cuando nos llega la hora difícil, cuando las tinieblas nos arropan, cuando las cargas se hacen demasiado pesadas, nos sentimos desfallecer y perdemos toda esperanza.
Sin embargo, como se manifiesta en ambos textos, en medio de la mayor oscuridad y de la más terrible confusión, podemos confiar en la misericordia de Dios. El profeta ha estado quejándose de todas las cosas que van mal. No ha encontrado refugio en nada de lo que le rodea, ni siquiera su familia, y mucho menos sus amistades han podido brindar el apoyo que necesita para enfrentar esta hora dura. El profeta no ve seguridad en su horizonte, por el contrario, el pueblo en medio del cual habita lo único que hace es aumentar su preocupación ante la imposibilidad de una recuperación.
Se siente que no tiene nada ni nadie de qué o de quién agarrarse, hasta que recuerda que puede levantar su rostro para encontrarse con la faz amorosa de Dios. Ese recuerdo le hace tornar su mirada hacia la fuente de la esperanza que está disponible.
Esta es la buena noticia, este es el mensaje que hemos de compartir en este tiempo de dolor y desesperación. No importa lo que estemos viviendo, aún cuando todo a nuestro alrededor parezca cerrar los ojos, Dios no cierra los suyos.
Es posible esperar pacientemente en Dios, pues nunca esconde su rostro, nunca cierra sus ojos y siempre está atento a nuestro clamor. Sus ojos de misericordia, sus oídos de gracia, su corazón amoroso, está siempre presto para venir a nuestro encuentro, sacarnos del pozo en el que nos encontremos y llenarnos de su paz.
¡Confía en Dios, la esperanza de los siglos!
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