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Al terminar el Jubileo, ¿qué?

Levítico 26: 3–13


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El pasado mes de agosto lo denominamos nuestro mes de Jubileo de Aniversario. El Jubileo era una fiesta que el Israel bíblico debía celebrar cada cincuenta años. Era un año sagrado que iniciaba con una celebración de nueve días y culminaba el Día de la Expiación. Lo más importante de esta celebración eran las acciones que los israelitas debían llevar a cabo: dar descanso a la tierra, liberar a los esclavos, perdonar a los deudores devolviéndoles sus casas y/o tierras y fortalecer la instrucción de la ley en la juventud. Tales acciones buscaban reforzar los valores y las enseñanzas que de Dios habían recibido. Acto seguido, el autor bíblico le recuerda al pueblo la importancia de la Ley de Dios y las bendiciones que produce en quienes la obedecen. Pareciera que Dios le recordaba a Israel que, aunque las celebraciones eran importantes y tenían su lugar, no se debían olvidar de lo que daba base a toda celebración: la obediencia a su ley.

 

“Andar en sus decretos y guardar sus mandamientos, y ponerlos por obra” era la exigencia divina a “adelantar” su ley, pero también era la clave de lo que Dios esperaba. Esos mandamientos giraban en torno a los sacrificios, la pureza y las acciones de santidad que Dios demandaba de su pueblo. La obediencia a estos tendría como resultado provisión abundante, salud, longevidad, descendencia y la seguridad de que Dios caminaría con ellos.

 

Al culminar nuestro Jubileo de Aniversario, debemos preguntarnos: ¿y ahora qué?; ¿qué sigue?. Sepamos, iglesia, que continúa la misión en obediencia a la Ley de Dios, ley que Jesús resumió en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Desde ese marco referencial, continuamos como iglesia “adelantando” la misión en contextos de guerra, violencia, maltrato, dolor e injustica. Lo hacemos con el mensaje de salvación, capaz de transformar el escenario más árido en uno lleno de vida. De ninguna manera lo hacemos como un intercambio de obediencia por bendición, sino que lo hacemos con la conciencia evangélica de que “todo lo que hagamos, lo hacemos de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”. Así pues, continuemos iglesia caminando en clave de obediencia.

 
 
 

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