Base bíblica: Hebreos 11.20-22
¡Bendición, papi; bendición, mami! Así me enseñaron mis padres a saludarlos cada vez que llegara o me despidiera de la casa. Como respuesta a esa solicitud de bendición, mis padres acostumbran a responder “el Señor te bendiga, hijo”; también me enseñaron a saludar a mis abuelos/as y tíos/as. De la misma manera les enseño a mi hija e hijo a saludar a su familia con una solicitud de bendición. Para mi familia, esta expresión ha sido y es importante pues, además de ser una demostración de respeto, es una solicitud a Dios para que su bendición sea sobre la vida de aquel o aquella que la solicita.
El pasaje considerado nos presenta tres historias de padres que bendijeron a sus hijos y nietos, cada uno con historias amplias y marcadas por una profunda confianza en Dios, a pesar de sus propias limitaciones humanas. La primera historia es la de Isaac, quien, según lo hizo su padre Abraham, también bendijo a su hijo Jacob. Isaac bendijo a su hijo en una escena muy intrigante, tras la cual su hijo (Jacob) se ve obligado a huir, y en ese momento Isaac lo bendice. Pero ¿por qué Isaac está nombrado entre los héroes y heroínas de la fe? La respuesta es: por haber creído en la promesa divina hecha a su padre y haberla compartido con su hijo.
El segundo personaje es Jacob. Según el texto, Jacob se enfermó y José se presentó ante él con sus dos hijos Efraín y Manasés. Allí Jacob bendijo a su hijo José con las mismas palabras que habían pronunciado su padre y su abuelo. También bendijo a sus nietos, los hijos de José, haciéndolos así hijos suyos. Ahora Jacob hace dos cosas más que merecen ser señaladas. Primero, le da una instrucción a José de que, al morir, lo sepulten en Macpela, en Canaán, como queriendo anticipar que el lugar donde estuvieran sus restos sería el lugar donde estarían sus descendientes. Lo segundo que hace es que se apoyó en su bastón y oró. Con este acto, Jacob reconoció la presencia de Dios en su vida y en la de su descendencia.
El tercer personaje es José. Pienso que su historia es una de las más cautivantes del Antiguo Testamento. Fue vendido como esclavo y terminó siendo el segundo en mando en el imperio egipcio. De toda la historia de José, el autor de Hebreos se fija en el proceso de su muerte, durante el cual afirmó la promesa de Dios sobre los descendientes de Abraham y ordenó que el día en que los hebreos salieran de Egipto se llevaran sus huesos.
Al igual que cada uno de estos personajes, Dios también nos ha dado una promesa que debemos compartir con todos aquellos que Dios ha puesto en nuestro caminar, en particular nuestra familia, compartirla con palabras que bendigan, animen, fortalezcan y brinden esperanza. Para lograr esto, nos es necesario la fe que se afirma a través de la experiencia de oración, durante la cual aprendemos a confiar plenamente en Dios y vemos que su promesa supera nuestra historia y nuestras limitaciones humanas. Necesitamos esa fe que nos hace movernos en actos concretos que muy probablemente no serán para nuestro beneficio, sino para el de aquellos que vienen detrás de nosotros/as. Seamos gente de fe; seamos gente que bendice y ve en el futuro lo que se espera y lo que no vemos hoy.
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