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Foto del escritorRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

Vivamos el milagro

Marcos 1: 29–34

 

El relato considerado nos presenta el milagro realizado en una mujer enferma, postrada en la cama y sufriendo de fiebre. En la actualidad sabemos que la fiebre es una de las señales de que probablemente nuestro cuerpo está batallando con un virus o bacteria. En la antigüedad, la fiebre podía anticipar una gravedad o hasta la muerte. En el evangelio de Lucas se nos hace saber que a Jesús le rogaron por la salud de esta mujer. La respuesta no se hizo esperar, aquella mujer fue sanada y como resultado comenzó a servirle. En griego, ese servicio se llama diakoneo, que significa servir, atender. Con este relato, al autor quiere hacernos ver que esta mujer decidió servir a Jesús más allá de una tarea doméstica, pues el servicio a Dios no solo implica “hacer”. Servir es también “atender”, es decir, prestar atención a la enseñanza y al consejo de Jesús.


Ciertos eventos anteriores, junto a este, provocaron que, al llegar la noche, muchas personas llegaran hasta aquel lugar para tarer enfermos y endemoniados. Es posible que llegaran de noche por haber sido día de reposo, día en el que no se trabajaba. Por otros relatos del evangelio sabemos que los religiosos consideraban que los milagros de sanidad no debían realizarse en el día de reposo. El relato continúa contándonos que los demonios hablaban con Jesús, lo que nos hace recordar aquel evento en el que se le acerca un hombre con un espíritu inmundo al cual Jesús le preguntó: “¿Cómo te llamas?”, y este respondió “Legión, porque somos muchos”. Estos diálogos demuestran que los poderes del mal reconocían quién era Jesús, y aun más, que anticipan cuál sería el resultado final de tal encuentro, pues Jesús siempre liberó a quienes se acercaban a él atados por los poderes del mal.


A la luz de este pasaje podemos afirmar como una gran verdad que Dios se acerca a nuestras vidas para transformar nuestra realidad de enfermedad, derrota y muerte en una de salud, victoria y vida. Se acerca para devolvernos la capacidad de servir, es decir, la capacidad de considerar la voluntad de Dios para nuestras vidas. Así mismo, él obra en nosotros como testimonio que les demuestra a otros que él también puede obrar en ellos. De esta manera, nosotros vivimos un verdadero milagro.

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