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Adoración que testifica

Cantares 2.10-12 / Juan 4.1-42




Nuestra tercera afirmación teológica, considerada el domingo 2 de febrero, expresaba que la adoración también es la expresión de una comunidad de fe. Quienes adoran a Dios desde su experiencia y con la diversidad de dones y capacidades dadas por Dios. Debe ser la experiencia unificadora de la comunidad, en la cual todas las generaciones se unen en un solo propósito: adorar a Dios. Nuestra cuarta afirmación declara que la adoración se expresa a través del compromiso misional, pues el verdadero adorador asume como compromiso el testimonio público de su fe y prioriza en su jornada cristiana la necesidad que otros tienen de Jesús. 

 

El relato de Jesús con la mujer samaritana arroja luz sobre esta verdad. Tradicionalmente se ha interpretado que esta mujer fue al pozo fuera de la hora acostumbrada para no encontrarse con otras mujeres, ya que era una pecadora pública. Sin embargo, el autor bíblico no se detiene en los detalles de horario o de su condición de pecado. Para el autor, la centralidad de esta narrativa bíblica está en lo que sucede en la vida del ser humano tras recibir del “agua que salta para vida eterna”, es decir, tras un encuentro con Jesús; y no en quien había sido la mujer del pozo, tampoco en su pecado. La importancia está en la respuesta del creyente como un verdadero adorador, y en su compromiso misional. Este es el compromiso que, cual la samaritana, nos hace decirles a otros “¡Venid! ¡Ven a ver a Jesús! ¡Me dijo todo lo que hice!”. Lo significativo está en la comprensión de la encomienda divina.

 

Al igual que la samaritana, cada creyente es llamado a compartir el testimonio de lo que Jesús ha hecho en su vida. Para esto es necesario primeramente dejar que el Señor confronte nuestro pecado, en humildad reconocerlo y arrepentirnos. Esa es la base del testimonio público de la fe, una vida en armonía con la voluntad divina. Mas no podemos quedarnos en el pozo, cual la samaritana y la amada de Cantares, escuchemos la voz de Dios y compartamos con la gente lo que Él nos ha compartido a nosotros: plenitud de vida.  


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