Texto: Efesios 2:1-10
En esta mañana, estamos de celebración del Ministerio de Mujeres y Hombres de nuestra iglesia. El tema sigue siendo el de la plenitud. Sin duda nos ofrece una buena oportunidad para considerar si esa vida plena de la que hablamos es posible, y más aún cómo lo logramos.
Para esta ocasión, estamos considerando el tema desde la carta a los Efesios. Es importante entender que el contexto de esta carta, es la experiencia de vida de hombres y mujeres que representan la segunda o tercera generación de cristianos/as. Conocer esto es muy importante porque entonces podemos comprender que no se está hablando aquí desde la experiencia de los primeros pasos en la fe, como tampoco desde el entusiasmo y la euforia del primer amor.
Esta es una comunidad de fe que experimenta lo que representa compartir esa fe con las generaciones que le siguen, es decir, con sus descendientes; así como si se tratase de personas que testimonian desde esa idea clara de lo que significa seguir a Cristo, con todas las implicaciones de ese compromiso, pues no es lo que han de vivir, sino lo que ya han vivido y aún sufrido por causa del evangelio. Por lo tanto, se habla desde la madurez que da el caminar, como también aún desde las cicatrices y los cayos que han dejado la travesía.
Lo primero que se desprende del texto bíblico es que, la vida cristiana en si no es otra cosa que el anuncio, la proclamación de la vida. Esta verdad no la podemos perder de vista, porque esto es el centro de todo. Cuando decimos que en Cristo hemos de recibir plenitud de vida, contrario a lo que algunas personas piensan, no se trata aquí meramente de que hemos de vivir de una manera diferente, eso viene como consecuencia de lo más fundamental y es que, ¡vamos a comenzar a vivir!
Sin embargo, aun cuando esto parezca claro, me parece pertinente poner aquí una nota aclaratoria, y es que lejos de las actitudes demostradas por algunas personas, aquí no se trata de coger a Dios por el mango. No se trata de sostener a Dios, ni de manipular a Dios. No somos nosotros (as) quienes hemos atraído a Dios (con nuestros actos), es Dios, desde su gracia y su misericordia quien se nos acercó. Yo tenía un amigo que cada vez que le saludaba, ¿cómo estás?, me contestaba; “aquí, respirando para no morirme”.
La plenitud de vida de la que nos habla el apóstol, que encontramos en Dios, es poder experimentar por primera vez la verdadera vida. Es ser conscientes de lo que nos lleva a la destrucción y a la muerte, y en contraste, lo que, en Dios, nos abre a la esperanza, a la seguridad, a la fuente de toda vida.
La vida plena es posible porque el Dios a quien servimos, en Cristo Jesús, no nos ha dado la espalda, ni se ha mantenido a la distancia, sino todo lo contrario. Dios se ha hecho cercano a nuestra vida, a nuestro sufrimiento, a nuestras circunstancias. Por eso es que tenemos esperanza, porque él es nuestro acompañante constante, y eso nos da plenitud de vida.
La vida plena es posible porque no vivimos en aislamiento las unas de los otros. Dios nos ha hecho familia. No sólo nos ha acercado a él, sino que además nos ha acercado los unos y las otras. Dios nos ha mostrado y nos sigue mostrando su amor.
¡En Él vivimos una vida plena, una plena vida! Porque conocemos el amor maravilloso de Dios, que es paz, verdad, esperanza, justicia, equidad, misericordia, perdón, gracia abundante. Amor incomprensible, pero real en nuestras vidas.
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