Apocalipsis 1: 9–20

Hace años estuve hospitalizado durante 16 días. Para mí, aquella hospitalización fue más difícil por lo larga que fue la estadía que por la situación de salud por la que atravesaba. Durante esos días recibí muchas visitas de familiares, hermanos en la fe y amigos, pero recuerdo una visita particular que fue inesperada y sorprendente para mí. La persona llegó mientras yo aún dormía, y se sentó a esperar en aquella butaca que estaba al lado de mi cama. Cuando desperté, en aquella butaca se encontraba el Rvdo. Félix López Rosado, quien, en aquella habitación, cantó, oró y me ungió. Aquella visita fue voz de Dios para mi vida, pues me recordó que Él estaba conmigo sanándome, alentándome y fortaleciendo mi fe.
Pienso que algo similar le sucedió a Juan, el autor de Apocalipsis, quien se encontraba preso en la isla de Patmos a causa del mensaje y testimonio de Jesús. Aquel escenario en Patmos era de destierro, trabajo forzoso y sufrimiento; era una situación muy difícil para cualquier ser humano. En medio de ese escenario, Juan recibió una visita inesperada: a Jesús mismo, quien le compartiría una palabra de aliento para él y, por medio de él, a todos aquellos creyentes que atravesaban momentos de gran tribulación. Así pues, Juan debía escribir lo que veía y escuchaba. Lo primero le recordaba la autoridad de quien le hablaba; lo segundo le impartiría la dirección para aquella encomienda divina.
Nosotros también hemos recibido la visita divina, no en las mismas circunstancias que Juan de Patmos —ni de la misma manera—, pero sí con el mismo mensaje. Hemos recibido la visita de Aquel que nos hace saber que, a pesar de que nos encontremos en la prisión más aislada de la vida, Dios se acuerda de nosotros. Hemos recibido el mensaje que nos llama a ser portadores de ese encuentro transformador que otros necesitan escuchar. Hemos recibido el mensaje que nos brinda seguridad, pues nos recuerda Su grandeza sobre nuestras vidas.
¡Despertemos; abramos nuestros ojos; a nuestro lado está el Señor!
Commentaires