Texto: Juan 6: 1-15
Este es un texto bien conocido, lo recuerdo desde mi niñez porque es una de esas historias de los milagros de Jesús que siempre nos relataban en las Escuelas Bíblicas, historias que nos aprendimos de memoria. De niña me gustaba, porque era una de las pocas historias bíblicas donde aparece un niño (y desde ya yo solía buscar aquellas historias donde aparecieran niñas con las que identificarme).
El pastor brasileño Luis Carlos Ramos, en una reflexión del día de las madres, dice que en este texto está presente la madre, porque, por así decirlo, detrás, o al lado de este niño hay una madre que se preocupó de que su hijo tuviese una merienda por si el encuentro con Jesús se extendía más allá de la hora de la comida. También es significativo destacar que con toda probabilidad aquel niño se encontrara allí con su madre, que hasta la edad de los 12 años eran las encargadas de ofrecer toda la enseñanza religiosa a sus hijos. Así que aquel niño a una edad temprana estaba expuesto al mensaje y a los actos de Jesús, lo que sin duda tuvo que tener un impacto especial en su vida.
Este acto milagroso fue posible, primeramente, porque un niño fue capaz de:
Escuchar a Jesús. Este niño tuvo la sensibilidad necesaria para escuchar a Jesús, pero no como quien oye palabras pronunciadas al aire, sino como quien intercepta la frecuencia del mensaje enviado y lo hace suyo.
Creer que tres panes y dos peces podían de alguna manera suplir la necesidad de una gran multitud. Hay que tener fe para creer que algo tan mínimo y limitado podía hacer la diferencia en una situación como esta. Él sabía que aquel Jesús, amoroso y misericordioso, haría algo con lo que él ofrecía.
Demostrar que creía en Jesús mucho más que sus propios discípulos. Sin duda, esto es lo que le hace dar los pasos necesarios para presentar su dádiva. Pasos de solidaridad y hermandad para compartir lo que tenía.
Me parece que es tan importante detenernos y ponderar qué le estamos enseñando a nuestra niñez, como de igual manera escuchar qué es lo que nuestros niños y nuestras niñas nos están enseñando. ¿Cuáles son las grandes lecciones en perdón, aceptación y hermandad? Quien ha ido a un parque con un niño o niña sabe que los niños/niñas no necesitan conocer al otro (la otra) para compartir en el juego y para disfrutar. Ni siquiera es necesario compartir un mismo lenguaje, porque el lenguaje del juego, de la risa, del compañerismo no necesita traducción.
En esta historia, las personas que se acercaron a buscar a Jesús, lo hicieron, según el texto, por los milagros que Jesús hacía. Por otro lado, el mensaje de Jesús, fue con frecuencia uno donde instaba a las personas a no buscar sólo su propio bienestar, sino el de los demás. Siendo esto así, podemos decir que quien mejor comprendió el mensaje de Jesús ese día fue aquel niño. Pues él fue el único que dio un ejemplo inmediato de amor, de solidaridad, aún de sacrificio.
Y fue precisamente ese aprendizaje el que a su vez le convirtió en colaborador en la misión. Eso requiere una sensibilidad especial que no se encuentra necesariamente en la edad o en los conocimientos. Esa fe sencilla, pero pragmática, honesta, sincera. Esa apertura a lo trascendental, esa capacidad de creer más allá de lo aparente. Esas son lecciones de vida para y desde nuestra niñez.
Hay situaciones que parecen imposibles; se requiere de la fe que permite descubrir la bendición de Dios en todas las cosas.
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