La narrativa de Mateo nos presenta tres sabios de oriente que según ellos, han llegado hasta el lugar donde les lleva la estrella. Una estrella, es lo que han seguido con la convicción de que les llevaría hasta donde se encuentra el Niño, el mesías. En aquella larga trayectoria de fe, la estrella es un signo y símbolo de la presencia directora del Dios que les conduce a su propósito, al lugar donde les mostrará su gloria y su bendición para nuestras vidas.
Nos imaginamos que, durante el camino, sin duda hubo momentos que la estrella no estaba visible, pero les motivaba la certeza de saber que la estrella, símbolo de la promesa divina era real y que sobre todo, aludía a algo más real aún, la llegada del niño Rey. Por esa razón, no necesitaron de la descripción específica de los Ángeles para poder reconocer el Niño. Por eso no dudaron en adorarlo, porque esa era la razón de su búsqueda y el propósito de su jornada. Eso fue también lo que les permitió recibir en sueños, la advertencia de no volver donde Herodes, sino regresar a sus tierras por otro camino.
Sin duda, hay circunstancias en nuestras vidas que vienen a ser como aquella estrella en el camino de los sabios de oriente. Aparecen en nuestra vida para motivarnos para buscar del Señor; para desear adorarle; para saber que Dios se ha acercado a nuestra vida para acompañarnos, para guiarnos, para sostenernos en el camino, para salvarnos. No fue cualquier estrella la que siguieron los sabios, porque habían escudriñado las Escrituras y tenían el conocimiento y el convencimiento pleno, que Jesús había nacido para incluirles en ese plan de redención de parte de Dios.
No sigas cualquier estrella, sigue aquello verdadero que te conduce a Dios. Pide y busca el discernimiento, de modo que no vayas por el camino sin rumbo, sino que tengas la certeza de la dirección y guía que provienen del Señor. Pues sólo lo que viene de Dios te invita a la adoración y la entrega a Él.
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