Esta columna pastoral la escribo mientras me encuentro aún en Tailandia. Ha sido impresionante ver la cantidad de templos budistas que hay en este país. Son templos hermosos, y muchos de ellos antiquísimos, pero muy bien conservados. Los visitan miles de personas, y a todas y todos, creyentes o no, se les requiere que entren con sus pies descalzos, en silencio y respeto. Me preguntaba qué impacto pudiese tener el gran número de templos en la calidad de vida de la sociedad tailandesa. Una persona de la provincia de Chiang Mai, en estos días me dijo que, en su ciudad no había mucha criminalidad, ni problemas mayores de delincuencia, porque la gente era muy religiosa. A paso seguido me reiteró que, aunque el 95% de los ciudadanos son budistas, todos, viven de manera armoniosa y respetuosa con creyentes cristianos, musulmanes y judíos. No sé si esa correlación es correcta, pero, si son gente tan religiosa, debería ser así.
Yo pensé en nuestra comunidad puertorriqueña. Cuánto duele pensar que, si bien tenemos una gran cantidad de templos, no significa que vivimos en una sociedad donde se respetan y se siguen los preceptos. Juzgando por las cosas que pasan en nuestro país, da la impresión que no hubiese una correlación directa entre la cantidad de templos y la evidencia de la presencia cristiana en nuestra vida de pueblo.
Este es un tiempo crucial, y el Señor nos sigue convocando a ser piedras vivas, templos vivos y por lo tanto, iglesias vivas, que demuestren en medio del mundo, con palabras y más aún con nuestras acciones, quién es el Dios a quien servimos.
Nuestro templo cumple 50+1 años, de ser construido. Lo cuidamos y mantenemos con cuidado y esmero, pero no para que la gente que nos visita se maraville con una estructura hermosa y singular, aunque lo es; sino para que sea lugar donde la gente se sienta invitada a adorar a Dios y a seguir los pasos de Cristo. Que nuestra comunidad sepa que aquí se adora a Dios y se sirve en su nombre, todos los días, a toda la gente. Estas son piedras vivas, porque somos una iglesia viva, comprometida con Cristo, a ser de bendición y por ende, agentes de transformación en esta tierra nuestra y hasta dónde alcance nuestro esfuerzo misionero.
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