Apocalipsis 21: 5–7
“Hacia lo nuevo de Dios”: esta fue nuestra afirmación durante la semana de aniversario. Es una afirmación de fe que está cargada de esperanza, sueños y anhelos. Sin embargo, también puede ser una afirmación amenazante, pues reta nuestro concepto de iglesia, nuestra manera de ser, nuestra tradición y nuestros estilos de trabajo. Así pues, lo nuevo no siempre es visto con buenos ojos. Esto sucede porque, aunque sabemos quiénes somos, en ocasiones olvidamos de quién somos —somos del Señor—. Al olvidar de quién somos y quién es el que nos da forma como iglesia, nos ponemos una marca que nos define, hasta que llegamos a ver como amenaza todo aquello que esté fuera de esa marca que nos hemos autoimpuesto. Así pues, al afirmar que nos movemos “hacia lo nuevo de Dios,” estamos diciendo que vamos a anteponer la voluntad y deseo divino para que lo que Dios desee siempre tenga prominencia.
Cuando Juan de Patmos escribió, se dirigió a una comunidad que había sufrido a causa de su fe y que estaba enfrentado tal presión social que algunos de sus hermanos habían optado por abandonar la fe. La reacción de muchas de las iglesias fue adaptarse a su propia realidad de tal manera que olvidaron las posibilidades divinas. Ante esto, al principio del Apocalipsis, Dios envió siete mensajes que tenían el propósito de corregir o animar a las iglesias mientras las llamaba a discernir su voz y voluntad. Ya en el final del libro las invita a mirar más allá, es decir, a mirar “la nueva creación” en la que el dolor, la muerte y el clamor quedarán atrás. ¡Él haría todo nuevo! Esa sería razón suficiente para que, en medio de su realidad compleja, aquellos creyentes continuaran moviéndose hacia el propósito de Dios.
Ese llamado también es para nosotros. No obstante, para esto nos es necesario tener una visión renovada que nos ayude a mirar más allá de lo inmediato. Es aquella que nos hace mirar con esperanza, pues responde al deseo de Dios para su iglesia. Esa visión es la que nos permite saber que algo nuevo es posible. Ahora bien, esta visión debe estar acompañada de experiencias renovadas y renovadoras. La visión del cielo nuevo y tierra nueva marcaba un nuevo tiempo, una nueva esperanza, una nueva dirección. Ese es el momento en el que nos preguntamos: ¿qué Dios quiere para nosotros hoy? ¿Qué Dios quiere que hagamos hoy? Si no nos hacemos estas preguntas, dejaremos de ser una iglesia pertinente que solo suple las necesidades de quienes están adentro y olvida las posibilidades de Dios en otros. Finalmente, movernos hacia lo nuevo de Dios traerá vida, pues se moverá en nuestros desórdenes y vacíos para recrear algo bueno.
Caminemos “hacia lo nuevo de Dios.”
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