Texto: Éxodo 32:1-14
El texto para esta ocasión, nos describe el momento cuando el pueblo hebreo ya ha salido de Egipto, ya ha cruzado el Mar Rojo, inclusive, ya el pacto de Dios con su pueblo ha sido ratificado y el pueblo, por lo tanto, ya se ha comprometido en alianza con Yavé su Dios. Y ahora se encuentran frente al monte Sinaí, y Moisés sube a recibir las tablas de la Ley.
Ante la tardanza, el pueblo, que no ve movimiento alguno, desespera; siente que está estancado, que no va a ninguna parte, y exige de Aarón algo que pudiesen ver, que pudiesen palpar; algo que, en fin, pudiesen manipular y controlar con sus ritos y celebraciones.
Me parece muy revelador lo que ocurre a continuación. Aarón, hermano de Moisés y su portavoz, manda a fundir todo el oro de los aretes, que las mujeres, al igual que sus hijas y sus hijos llevaban. En ocasiones, estos aretes representaban el status de esclavos. Que interesante, que precisamente eso que representaba su esclavitud, su pasado, ahora se convierta en el símbolo, en la imagen del dios que les ha liberado. Y adoraron la imagen que habían labrado con sus propias manos.
Lo que debemos comprender en toda esta situación es, que el pueblo no estaba buscando adorar otro dios, pues, al fin y al cabo, terminan con una celebración de adoración a Yavé (Jehová). Pero, aunque así fuese, el gran pecado estaba en pensar que una imagen, aunque fuese de oro, pudiese representar, mucho menos sustituir a Dios. Aquel sustituto imperfecto manifestaba el intento de manipular a Dios, de dominar su poder y de conducirlo a donde el pueblo quería ir.
Parecería que esto es asunto de un pueblo ignorante, o desesperado, que por un momento pierde su rumbo, pero la realidad es que, esta historia, es más cercana de lo que creemos. Vivimos en una sociedad que se llama a sí misma religiosa. Tenemos estructuras, planes y programas, mientras se escucha a personas preocuparse por la supervivencia de la iglesia.
El pueblo del éxodo, por un momento perdió el norte, y quiso tomar en sus manos su propia supervivencia. Como iglesia, pueblo de Dios, no queremos meramente sobrevivir a esta hora, queremos Vivir, en, con y por Cristo. Nuestros planes y proyectos, no son una manera de crecer, por el crecimiento mismo, como si de becerros de oro se tratase. En todo, nuestro derrotero es servir al Señor y ser de bendición a quienes nos rodean. De modo que, esperamos en Él y permitimos que nos conduzca por los caminos que llevan al encuentro con quienes necesitan de Su gracia y amor infinitos.
Como decía el apóstol Pablo; mientras unos(as) piden señales y otros(as) buscan sabiduría, nosotros(as) predicamos a Cristo crucificado. En otras palabras, es desde la entrega y la misericordia expresada en la cruz de Cristo, que celebramos el amor de Dios, que se da por amor a sus criaturas, y proclamamos esperanza para la humanidad. No necesitamos sustitutos imperfectos, cuando su Espíritu mismo nos acompaña y obra en medio nuestro.
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