La semana pasada celebramos y participamos de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Durante ocho días estuvimos compartiendo y orando junto a diversas iglesias del área para que el pueblo de Dios pueda servir en unidad. Tuvimos experiencias muy hermosas e inspiradoras durante toda la semana. ¡Qué bueno es cuando podemos superar nuestras diferencias para juntos adorar al mismo Dios que nos ha llamado a servirle!
Pablo nos dice en su carta a los efesios que, a través de Cristo, cada parte del cuerpo cumple su debida función y esto hace que TODO el cuerpo crezca y se edifique en amor (Efesios 4:16). El deseo de Dios es que todo Su cuerpo crezca y se desarrolle hasta alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo (Efesios 2:15). El Reino de Dios no es una competencia. No se trata de quién llega primero o quién lo hace mejor. Se trata de que todos lo logremos, que todos lleguemos a la meta y cumplamos Su propósito eterno.
Para muchos esto puede parecer imposible, una fantasía, una utopía. Sin embargo, el Señor nos enseñó que lo que para nosotros es imposible, ES posible para Dios (Lucas 18:27). Crecer juntos, servir juntos, edificar juntos Su reino es posible porque Dios lo hace posible.
Reconocemos que la unidad es un gran reto. Los seres humanos que forman el cuerpo de Cristo somos muy diversos, particulares y complicados. Nuestra voluntad personal y nuestro ego a menudo se convierten en piedras de tropiezo que interrumpen o detienen el caminar juntos. Sin embargo, el amor y el poder de Dios van más allá de lo que nosotros podemos entender o imaginar. Ahí está la clave. Hay que darle espacio al inmenso, fuerte y eterno amor de Dios por nosotros, Su pueblo. Su amor nos cambia, nos capacita y nos comisiona para la misión.
Cuando el amor de Dios nos controla, no hay diferencia que logre separarnos, no hay conflicto que logre destruirnos, no hay NADA que logre impedir que Su propósito se cumpla en nosotros y a través de nosotros.
Amadas y amados: que como congregación permitamos que el perfecto amor de Dios nos controle y nos recuerde cada día que somos un cuerpo en Cristo y todos miembros los unos de los otros (Romanos 12:5).
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