Apocalipsis 2: 12–17
Durante los pasados dos domingos hemos considerado dos de los mensajes dados a las siete iglesias del Apocalipsis. En esta ocasión, nos enfocamos en el mensaje a la iglesia de Pérgamo. Esta ciudad era un centro religioso en la cual se destacaban un sinnúmero de templos dedicados a las divinidades grecorromanas y al culto al emperador. También era un centro educativo reconocido por su gran biblioteca. Fue el centro administrativo de la provincia de Asia, donde el procónsul, con su espada como símbolo, ejercía el poder político y judicial, incluido el poder de decidir entre la vida o muerte de un acusado.
En un contexto de idolatría y de poder político opresor, aquellos cristianos habían retenido el nombre de Dios y habían dado testimonio de su fe, a pesar de que algunos pagarían por tal fidelidad con su vida. Ciertamente eran tiempos desafiantes para ellos, pues tenían que velar constantemente por la santidad y por ser íntegros en toda su manera de vivir. Estos cristianos habían rechazado firmemente las influencias que intentaban quebrar su unión con Cristo. Debemos recordar que, para aquellos primeros cristianos —al igual que le sucedió al pueblo de Israel—, su relación con Dios era un tipo de relación matrimonial. Así pues, cualquier acción idolátrica representaba un adulterio, es decir, una acción de infidelidad en contra de esa unión sagrada. En fin, el señalamiento divino impartido a los creyentes de Pérgamo fue que, a pesar de retener el nombre de Dios y guardar la fe, en su seno aún toleraban la idolatría. Si ellos no corregían dicho error, Dios, en su función de juez, disciplinaría a aquellos que con sus acciones buscaran socavar la fidelidad de otros. En cambio, si corregían su error, Dios les otorgaría un voto favorable de vida eterna.
¿Es pertinente este mensaje en la actualidad? ¡Por supuesto! Este mensaje nos recuerda la responsabilidad que tenemos en nuestra relación con Dios, en la cual debemos velar que practicas contrarias al amor y a la gracia no influyan sobre nuestra fe. También es pertinente porque nos llama a ser fieles al evangelio de Jesús, aun en la realidad más dura y a cambio del mayor de los sacrificios: nuestra vida misma. Solo cuando somos fieles en la adversidad somos reconocidos por Dios como sus testigos fieles. También es pertinente porque nos invita al arrepentimiento que nos conduce a escuchar y obedecer la voz de Dios.
Oremos para que el Señor nos ayude a escuchar y obedecer su voz de manera que podamos ser partícipes de ese voto de confianza, representado por la piedrecita blanca, y de la vida eterna, representada por el maná escondido.
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