Lucas 15: 11–32
La parábola del hijo pródigo tiene como propósito ilustrar una dimensión del amor de Dios. Esta parábola nos presenta varias enseñanzas como el perdón, la misericordia, las oportunidades, pero, sobre todo, el amor. También encontramos en ella varios personajes, entre estos, el hijo que se va de la casa con el propósito de seguir sus sueños y aventurar por el mundo. Lamentablemente, debido a su mala administración, sus sueños se vieron frustrados, a tal punto que quedó condenado a la bancarrota y a la soledad. El segundo personaje, y el más importante de la historia, es el padre, quien, más allá de ser permisivo, fue respetuoso hacia la voluntad de su hijo. En él vemos un padre perdonador, comprensivo y misericordioso. El tercer personaje es el hermano mayor, quien decide permanecer en la casa, pero que albergaba hostilidad y resentimiento contra su hermano.
Con esta historia, Jesús quiso representar nuestra historia con Dios, pues, en nuestro transitar de vida, al igual que el hijo pródigo, nos hemos separado de Dios, de su consejo y voluntad. Como consecuencia, nos hemos dirigido a tierras extrañas, esto es, a experiencias que nos han causado dolor, heridas y resentimiento, experiencias en las que lo más importante —la plenitud de vida, la paz y el sentido de salvación— escasean. Sin embargo, esta historia también nos deja saber que, aunque estemos en la experiencia más amarga y profunda, no hay por qué quedarnos ahí. Podemos recapacitar, levantarnos y movernos hacia el único que puede transformar nuestra historia: nuestro Padre celestial. En esto consiste el arrepentimiento: en redirigir nuestra vida hacia Dios. Para Jesús, ese era el principal signo de la llegada de su reino a la humanidad. Así como aquel hijo aceptó su realidad, renunció a su orgullo y regresó a la casa de su padre, Jesús nos invita a rectificar nuestros errores al reconocer nuestra necesidad de Dios.
Así pues, Jesús se presenta a sí mismo, tal como lo hacían los profetas de la antigüedad, como el Dios que llama al pecador y espera ansiosamente su llegada para perdonarle. Con esta imagen, Jesús nos invita a una introspección en la que miremos nuestra propia vida, no para vernos sin salida —¡todo lo contrario!—, sino para recordar cómo es el corazón del padre, es decir, cómo es el corazón de Dios, pues cada vez que pensemos en él, recordaremos que él es misericordioso y perdonador. Este acto de introspección debe ser suficiente para que conscientemente optemos por un cambio de actitud en el que echemos a un lado nuestra propia opinión y prudencia para reconocer cuánto bien nos hace estar cerca del padre, o sea, cerca de Dios. Aquel hijo pródigo lo entendió y superó las hostilidades propias de su regreso, pues sabía que estar cerca y en la casa de su padre le haría bien.
Hagamos nosotros lo mismo: regresemos a la casa del padre, estemos cerca de él y estemos en familia.
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