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No importa la noche, Dios está presente


Juan 20: 19-22


Es interesante que el Evangelista Juan sea el único que nos habla de la noche de resurrección. Todos los demás se limitan a describir lo que va sucediendo desde la mañana de resurrección, pero sin dar evidencias del momento. Pero Juan comienza este relato diciendo, “Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana…” ¿No es cierto mis hermanos y hermanas que la noche siempre llega?


Y ¿qué podemos decir de la noche? Para algunas personas es el momento del trabajo o quizás de la algarabía y la diversión, pero para muchas otras, la noche es el momento de la mayor soledad, o de la angustia, o es cuando los dolores se nos hacen más agudos o los temores más reales.


Estos días, desde finales de diciembre, hemos estado experimentando los temblores en nuestra patria. Para muchas personas, además de toda la incertidumbre alrededor de una situación que es ajena, desconcierta por demás los que son en las horas de la noche. Y como es de esperar, cuando sentimos temor, se activa ese instinto de conservación y de protección que nos lleva a mantener fuera todo aquello que nos parezca amenazante y adverso.


De modo que en esta representación de los discípulos luego de la resurrección, el evangelista Juan nos presenta un cuadro donde se entrelazan las adversidades y los temores tanto externos como internos. Es decir, se estaban dando las circunstancias tanto externas como internas para que esos temores y esa desolación se pudiesen manifestar.

Allí donde hay temor, allí donde no hay salida, allí donde las puertas de la esperanza están cerradas, allí donde estamos encerrados debatiéndonos entre temores internos y externos, reales o irracionales, es decir, sea cual fuese nuestra condición y nuestra situación, Cristo se hace presente.


¡Cuidado con nuestras interpretaciones! El texto no nos dice que Cristo se presentó como por arte de magia. Tampoco que traspasó las barreras, sino que se hizo presente. Estaba allí en medio de ellos.


A lo largo de su ministerio pudimos ver un Jesús que siempre tenía dificultades con las barreras y líneas de separación. Cristo echaba a un lado las líneas que separaban justos de pecadores; los que cumplían la ley de los que no la cumplían; fuertes y débiles, aún las líneas entre la vida y la muerte. Precisamente uno de los actos extraordinarios que se da cuando Jesús muere es que el velo del templo, que separaba al pueblo de una relación más cercana con Dios, permitida sólo para el Sumo Sacerdote, se rasga en dos, eliminando así toda línea de separación. Y aquí una vez más Jesús supera las paredes que separan y se acerca al ser humano en necesidad.


No hay paredes que nos puedan mantener fuera del alcance del Señor. No hay distancia que pueda mantenernos fuera de la presencia del Señor. Como decía el salmista en un momento de evidente reconocimiento de su condición pecaminosa y necesitada de perdón (Salmo 139) ¿A dónde me iré de tu espíritu y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos allí tú estás. Si en el seol hiciere mi estrado allí tú estás…si tomare las alas del alba…si habitare en el extremo del mar… aún allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra”.


Pero el asunto no es sólo que Jesús se hace presente, sino que se hace presente con una palabra de paz, que es lo mismo que una palabra de liberación de nuestros temores. Ya no hay más lugar para el temor porque el Señor está presente. Porque donde está el Señor hay paz.


Recuerdan ese cántico que lo recoge de manera preciosa; “Si el Espíritu está aquí hay paz, si el Espíritu está aquí hay amor; si el Espíritu se mueve todo puede resolverse, si el Espíritu está aquí, está el Señor.” Si el Espíritu está en nuestro hogar, si está en nuestra iglesia, si está en nuestra vida, hay Paz y hay esperanza.


Luego Jesús les muestra las manos y el costado, es decir, muestra las huellas, las cicatrices, que, tiene como propósito que aquellos discípulos pudiesen entender que aquella paz tenía un precio. Él había dado su vida para que ellos disfrutaran de la paz, la verdadera paz.


La paz como la esperanza no son posibles si no hay esfuerzo, si no hay compromiso. Si no hay disposición y voluntad para la paz, esa paz no puede ser experimentada. Si no hay compromiso y disposición para la esperanza, no es posible la esperanza.

Pero el encuentro no queda ahí. En ese momento Jesús comisiona a sus discípulos, habiendo experimentado esa paz, a salir de sus lugares de temor y transformar el mundo con su presencia. Más aún, a estar en el mundo tal como Cristo estuvo.


Esto es realmente una responsabilidad grande para los/las creyentes. Si nos miramos como nos miran otras personas, ¿diríamos que somos de bendición? ¿Qué dicen nuestros familiares, qué dice el vecindario; qué dicen nuestros hermanos y hermanas en la fe? ¿Somos gente de bendición o de maldición?


Este texto nos habla a los creyentes. Porque como hemos visto, los que estaban allí reunidos a puertas cerradas eran los que habían seguido a Jesús. Porque, aunque somos hijos e hijas de la resurrección, a tu vida como a la mía alguna vez llega también la noche. Y el Señor quiere recordarte que en Él hay Paz. Él que es nuestra paz, también nos convoca a ser instrumentos de su Paz.

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