Jeremías 29:11 (NBLA)
“El hombre propone, y Dios dispone.”
“Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.”
“La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes.”
Seguramente la mayoría de nosotros ha escuchado y hasta dicho estos refranes. Todos estos hablan de la práctica de hacer planes, y es que planificar es parte de nuestra vida. Desde pequeños, se nos enseña en el hogar y en la escuela que los planes son una herramienta útil para alcanzar nuestras metas y objetivos. Aprendemos a hacer planes para nuestros estudios, para nuestras finanzas, para nuestras relaciones de pareja, para nuestra salud, para nuestra diversión, en fin, para todo en la vida. Incluso se nos aconseja siempre tener un plan B, por si acaso el plan A nos falla. Es como si de entrada le diéramos espacio al fracaso en nuestros planes. La realidad es que, así como todos hemos hecho planes, también todos hemos visto algunos de nuestros planes —A, B o C— fracasar. En nuestra planificación, particularmente cuando fracasa el plan, nos olvidamos de que Dios también tiene planes.
La Biblia es un registro del plan de Dios para con nosotros, sus hijos e hijas. En el capítulo 29 del libro del profeta Jeremías, Dios nos habla sobre sus planes para su pueblo. En este capítulo, Dios le habla al pueblo que está cautivo en Babilonia. Dicen los historiadores que, aunque la fecha del texto es incierta, por su contenido se puede inferir que corresponde al período posterior a la primera deportación y poco después de un intento fallido de rebelión del pueblo judío contra Babilonia. El pueblo había preparado un plan que fracasó. Era su deseo y su intención librarse de la experiencia del exilio. Con este deseo en mente, algunos falsos líderes habían comenzado a enseñar y a profetizar que el exilio solo debía durar dos años. Probablemente, en medio de su fracaso, ya habían comenzado a trabajar en un plan B. Sin embargo, Dios interviene para decirles que el cautiverio en Babilonia era parte de su plan para ellos. De hecho, les hace saber que no son dos años, sino 70 los que habrían de vivir en el exilio. Dios los exhorta, no a rebelarse, sino, por el contrario, a establecerse allí y vivir una vida lo más normal posible, a crecer el tamaño de la comunidad y a procurar la paz. En otras palabras, no hay espacio para un plan B. Hay que experimentar el exilio para que el plan de Dios se cumpla. Incluso les advierte que, de continuar rebelándose contra Babilonia, se exponen a ser exterminados.
Cuán a menudo nosotros nos rehusamos a aceptar las experiencias difíciles de la vida. Nos rebelamos contra lo que nos parece un fracaso, y nos olvidamos de que, aún en nuestras tribulaciones, Dios tiene un plan. “Porque yo sé los planes que tengo para ustedes, planes de bienestar y no de calamidad, para darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11 NBLA). En este pasaje de Jeremías, Dios le recuerda al pueblo que, aunque nuestros planes fracasen, el plan de Dios se cumple. El Señor no solo los amonesta y los aconseja en medio de su cautiverio, sino que también les promete éxito y bendición. Dios les promete, en primer lugar, que el exilio va a terminar, no cuando ellos quisieran que terminara, pero sí tendría su fin. En segundo lugar, Dios les promete que, en aquel tiempo, ellos experimentarían el “shalom” de Dios, es decir, la paz y el bienestar de Dios. El exilio no tiene como objetivo aniquilarlos, sino purificarlos, reconsagrarlos para que finalmente puedan experimentar y disfrutar la bendición de la plenitud de Dios.
Nuestros planes humanos siempre son imperfectos y pueden llevarnos al fracaso, pero los planes de Dios son perfectos y siempre son para nuestro bienestar. Dios no necesita un plan B. Dios nos promete su bendición. Creamos en sus promesas y confiemos en sus planes, que van más allá de nuestras adversidades y de nuestros fracasos.
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