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Nace el amor

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” —Juan 3: 16


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Hoy, último domingo de Adviento, colocamos la pascua que representa la virtud del amor de Dios. Las Escrituras afirman que Dios es amor. No se trata meramente de uno de sus atributos, sino de la esencia misma de su ser. En el Nuevo Testamento, amor se traduce del verbo griego «ágape», el cual designa el amor como uno de origen divino, cuya máxima expresión se da en la entrega de Jesús por la humanidad. Dios compartió su amor en la persona de Cristo, y de eso fueron testigos María, José, los pastores, los discípulos, la multitud, las mujeres, los hombres, los niños, los enfermos, pecadores y endemoniados, en fin, cada ser humano que se acercó a él.

Ese mismo amor es el que debe reflejarse en la vida de cada creyente en acciones de entrega y servicio a otros. De lo contrario, nuestra vida de fe será como “metal que resuena o címbalo que retiñe”, es decir, seríamos solo el sonido de palabras que dicen ser algo que no somos.

El Adviento nos invita a reflexionar sobre el amor de Dios, y a reflejarlo tal como lo hacen aquellos de quienes Jesús dijo “el que no sea como uno de estos no puede heredar el reino de Dios” (Mt. 18:3). Amemos con sinceridad, y, así mismo, celebremos el amor de Dios, el nacimiento de Jesús y la promesa de su regreso por su pueblo.

¡Bendiciones!

 
 
 

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