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Foto del escritorRvda. Yamina Apolinaris

¡Mujer, sé libre de tu azote!

Hay palabras y expresiones que ya han quedado en el pasado, porque ya no forman parte del vocabulario cotidiano; sin embargo, cuando las volvemos a escuchar, no pueden dejar de evocar sentimientos y experiencias. En mi caso, era mi abuelita quien más usaba la expresión; “muchachita, que te voy a dar un azote”. Pero en los labios de mi abuela, ésta era sólo una amenaza pocas veces tomada en serio, pues ella rarísima vez cumplía su advertencia. Yo sabía, sin embargo, que esa no era la misma realidad en otras familias de mi entorno.


Hay azotes…y hay azotes. Unos se propinan al cuerpo, otros a la mente, a la voluntad, aun al espíritu. Independientemente de a dónde nos alcancen, todos hieren, todos laceran, todos causan sufrimientos que pueden llegar a destruir nuestras vidas.


Jesús se encuentra con una mujer enferma, cuya condición se describe como un azote. Representa un golpe duro no sólo para su salud y bienestar, sino que a su vez le ha aislado de su familia y comunidad; ha limitado sus capacidades y ha causado un evidente dolor existencial en la vida de aquella mujer.


Hoy día hay muchas mujeres como aquella que sufren severos azotes. Son golpes a su salud que les causa dolores físicos de diversa magnitud. Las vemos, las conocemos, y procuramos acompañarles y apoyarles. Pero hay también muchísimas mujeres a nuestro alrededor que sufren por acciones que no sólo laceran su cuerpo, sino su corazón, su espíritu, su vida toda. Son azotes de rechazo, de descalificación, de vejaciones, de humillaciones. Azotes que, para tantas, para demasiadas ya, terminan en muerte.


En esta semana que nos preparamos para compartir en familia la tradición de Acción de Gracias, también coincide con el día de No Más Violencia contra la Mujer. No olvidemos que, en demasiados hogares de nuestro país, detrás de esa pantalla de alegría y festividad familiar, está la dura realidad de la violencia de género. Como Pueblo de Dios, somos llamadas y llamados a denunciar el pecado del maltrato y la violencia intrafamiliar. Que nuestras palabras, nuestras acciones y nuestra presencia, anuncie y demuestre no sólo la nueva criatura transformada en su ser interior, sino además esa nueva manera de ser, humanos, desde el amor y el respeto. ¡Sé libre del azote de la violencia!


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