1 Timoteo 4: 6–16
En alguna medida todos hemos recibido consejos que anticiparon situaciones a las que nos enfrentaríamos en el futuro. Probablemente no fue hasta enfrentar la situación que recordamos aquellos consejos recibidos. De la misma manera, el pasaje considerado incluye una serie de consejos a situaciones que el pastor Timoteo y la iglesia naciente habrían de enfrentar.
Consideremos primero los versos que anteceden al pasaje seleccionado (v.1-5). En estos, el autor advierte sobre sucesos que se darían en el interior de la iglesia, entre ellos: discursos cargados de mentira, resistencia a la voz del Espíritu de Dios, limitación de alimentos y de la unión matrimonial. Todo lo anterior se cumplió en el siglo II con el movimiento gnóstico que amenazó la iglesia naciente, pero cuya sombra se ha dejado ver hasta nuestros días. Ante lo que habría de suceder, el apóstol Pablo exhortó al pastor Timoteo a participar con acción de gracias de las bendiciones de la verdad, como lo eran la voz del Espíritu, alimentos y demás, pues “todo lo que Dios creó es bueno”.
Ante esta realidad inminente, Timoteo debía actuar. Primero, debía nutrirse de la palabra que generaría en él vida y que afirmaría su fe. También debía ejercitarse en la piedad, es decir, la devoción al evangelio que había recibido. Tercero, tenía el reto de discernir —como escribiera el autor de las cartas de Juan— los espíritus, pues no todos eran de Dios. Mediante el discernimiento sería capaz de diferenciar el mensaje verdadero y las mentiras capaces de arrastrar a muchos. Cuarto, tenía que mantenerse enfocado en el ministerio —la tarea— que se le había encomendado. Y, en todo, debía enseñar a otros y modelar la verdadera vida en Cristo.
Esta exhortación tiene tanta vigencia hoy como cuando se escribió, puesto que, como creyentes, debemos tomar acciones concretas que vengan a fortalecer nuestra experiencia de fe, de manera que podamos testificar, mediante la palabra y nuestra conducta, que somos buenos ministros de Jesucristo.
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