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Mayordomía total

“Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.”

–1 Corintios 4:2


 



El tema de la mayordomía es uno de esos que, por muchos años, ha habido sectores de la iglesia que lo han visto de manera limitada. Su acercamiento al tema ha sido como el de quien intenta mirar a través de una rendija o hueco en la pared, de manera que solo puede ver una pequeña parte del todo. Así mismo sucede cuando limitamos el tema de la mayordomía solo a las finanzas personales o a nuestro compromiso económico con la iglesia, pues la mayordomía es más que dinero: es la administración de nuestra vida en el Señor y de todo lo que de Él hemos recibido.


El concepto de la mayordomía tiene sus raíces en la esclavitud, en la imagen de aquella persona que administraba unos bienes que no eran suyos, aunque estaban a su cuidado. La tradición bíblica nos provee el ejemplo de José, quien, luego de ser vendido por sus hermanos, llegó como esclavo a casa de Potifar. Allí lo hicieron mayordomo de toda la casa, pues se le “entregó en su poder todo lo que tenía”. Jesús, a través de algunas de sus enseñanzas, transmitió algunos principios de la mayordomía. Por ejemplo, en la parábola de los talentos se presenta la confianza que Dios ha depositado en sus hijos al permitirles administrar y multiplicar (o no) aquello que les había dado.


Cada una de estas historias, y otras, nos recuerdan que cada creyente es un mayordomo, o sea, un administrador, de lo que de Dios hemos recibido. Estas historias nos enseñan a mirar ampliamente —ya no por una rendija o hueco— el favor divino y nuestra responsabilidad, pues por a ese favor hemos recibido nuestra relación con Él, relaciones de familia, relaciones de fe, el tiempo, los dones, la salud, las finanzas, en fin, toda nuestra vida. Además, estas historias nos recuerdan la importancia de ser hallados fieles, pues, a fin de cuentas, todo se lo debemos a Él.

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