Marcos 16: 1-4
Hoy es domingo de resurrección. Como dice ese hermoso himno de nuestra liturgia cristiana, también hoy cantamos que, “Él vive, Él vive, Hoy vive el Salvador, conmigo está y me guardará, mi amante redentor...”. Cómo nos alegra saber que Cristo vive. Que Cristo venció la tumba y que, la muerte no fue la última palabra, sino que Dios, en Cristo ha proclamado a viva voz, una palabra de Vida.
Una mañana parecida a la nuestra, cuando parecía que la muerte y la desesperanza arropaban los cielos con la niebla más densa, las mujeres se adelantan para acercarse al sepulcro a cumplir con una tradición. Se dirigen a la tumba de Jesús, a terminar lo que habían comenzado días atrás. Van con temor, conscientes de sus fuerzas limitadas para remover la piedra a la entrada del sepulcro.
El símbolo de las rocas o las piedras tiene diversos significados en el lenguaje bíblico. En ocasiones representan las bases o el fundamento sensato o las rocas que en el camino son testigo de la persona al igual que del poder de Dios. Son también esas que “hablan”, si las personas callan. Las piedras en este caso representan lo que son, las que encierran, sepultan, ocultan y eliminan toda posibilidad de vida. Son piedras fuertes, que una vez se ponen, son muy difíciles de mover.
Recordamos otra piedra. Cuando Jesús se acerca a la tumba de Lázaro, también allí habían colocado una piedra. Aquí, ante la tumba de Lázaro, Jesús ordena que sea quitada la piedra. Y Marta protesta porque ya han pasado más de los días reglamentarios y requeridos para garantizar que no hay vida. Hace ya, no tres sino cuatro días de la muerte de Lázaro, de modo que no hay nada más que buscar. Pero Jesús le dice; “¿no te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?”
La gloria de Dios se manifiesta cuando ya no hay posibilidades. La gloria de Dios se hace evidente cuando las posibilidades de vida ya han terminado. La gloria de Dios continúa vigente cuando todo parece haber llegado a su fin.
Por eso es que el apóstol Pablo dice; ¿dónde está oh muerte tu aguijón, ¿dónde oh sepulcro tu victoria?; mas gracias sean dadas a Dios…” La gloria de Dios no es otra cosa que su bendición, que su esperanza, que su paz, que su gracia, que su fortaleza, que su amor, que su misericordia, que su buena voluntad para nuestra vida”.
La piedra en el sepulcro, representaba otro esfuerzo humano de mantener a Jesús limitado, controlado, en su lugar, actuando como un muerto debe actuar, encerrado, sin vida, carente de todo elemento que pueda proporcionarle vida.
Y Dios mismo removió el obstáculo que mantenía a su creación separada, retirada de su amor y misericordia. Dios mismo retiró la piedra que quiso mantener a Jesús en un lugar que no le correspondía. Dios mismo quitó el obstáculo para asegurarnos que nada ni nada puede detener que se cumpla el propósito divino, en toda su creación.
¡Aleluya, Cristo ha resucitado! No importa lo que ocurra a nuestro alrededor, nada puede interponerse al obrar de Dios. No hay puertas cerradas, ni piedras pesadas, como tampoco pronósticos devastadores o mensajes desalentadores, nada puede impedir que el Espíritu de Dios se haga presente en nuestras vidas. No importa que otras personas sólo vean desesperanza y tribulación y muerte, el Cristo Resucitado nos asegura que en él hay esperanza viva.
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