Mateo 8.23-26

“Luego subió a la barca, y sus discípulos le siguieron. En esto se levantó en el lago una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Sus discípulos lo despertaron y dijeron: '¡Señor, sálvanos, que estamos por naufragar!' Él les dijo: '¿Porque tienen miedo hombres de poca fe?'. Entonces se levantó, reprendió al viento y a las aguas, y sobrevino una calma impresionante. Y esos hombres se quedaron asombrados, y decían: '¿Qué clase de hombre es éste, que hasta el viento y las aguas lo obedecen?'”
En la antigüedad la finalidad de relatar un milagro era honrar, celebrar o distinguir un personaje conocido. Contrario a esta práctica, los evangelios nos relatan que el propósito de Jesús de Nazaret era responder al clamor de la gente necesitada y cautiva, y poner de manifiesto la gloria y el honor que debían dársele a Dios. Los milagros de Jesús son un anticipo del Reino de Dios, son manifestaciones visibles de su llegada y revelaciones que preceden futuras intervenciones en la vida de la gente. Estos podemos clasificarlos como milagros de sanidad, de liberación, de resurrección, de provisión y milagro sobre la naturaleza. Al considerar este milagro vemos que hay unos discípulos que tienen una necesidad; hay también una figura profética que puede responder a la necesidad; hay una acción profética que se da con una palabra pronunciada y hay un resultado profético, al calmarse la tempestad.
Este pasaje pone al descubierto una gran realidad, y es que, en nuestro caminar de fe, nuestra fe será desafiada. Pues somos llamados/a a ejercerla aun en los momentos más tempestuosos de nuestras vidas. Los discípulos olvidaron esa verdad fundamental, y, más aún, olvidaron quién estaba con ellos en la barca. Cuando olvidamos que Jesús está en la barca de nuestra vida, nos hacemos presos del temor, la ansiedad y la desesperación que ahogan y dañan a los seres humanos. Es por esto que nos es necesario siempre tener presente que Jesús está con nosotros/as en los momentos que no le escuchamos o le vemos.
Finalmente, en las tempestades de la vida —crisis familiar, personal, económica, y/o eclesial— podemos tener la seguridad de que Su palabra trae sosiego y calma. Así como le dijo al viento: “calla y enmudece”, así también su palabra viene a ordenar lo desordenado, a consolar en medio del dolor y a traer paz en medio de los momentos tempestuosos. Esto es así, porque la Palabra —que es Jesús, que en el principio de los tiempos dijo y fue hecho— aún hoy continúa haciendo en la vida de los/las que confían en Él. ¿Jesús está en tu barca?
Bendiciones,
Pastor Alberto
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