Hechos 8: 36

Nuestro tema para el aniversario es “Iglesia que alcanza, predica y discipula para la misión”. Es un tema que abarca la totalidad de la encomienda que el Señor nos ha dado a todos los cristianos. Hoy me gustaría que reflexionáramos sobre ese primer término: alcanza. “Alcanza” viene del verbo "alcanzar". El diccionario de la Real Academia Española nos ofrece varias definiciones para el verbo alcanzar; entre ellas está la siguiente: “Llegar a juntarse con alguien o algo que va delante”. Cuando leemos esta definición, nos preguntamos a quién queremos alcanzar y cómo lo hacemos.
En el capítulo 8 del libro de los Hechos, vemos a Felipe activamente alcanzando a los samaritanos y gentiles. Los versos del 4 en adelante dan testimonio de la gran labor que Felipe estaba haciendo en Samaria. La gente estaba recibiendo su predicación, así como las señales y milagros que también hacía. Incluso el verso 8 nos indica que, como resultado de su labor, “había gozo en aquella ciudad”. ¡Qué maravilloso lo que estaba ocurriendo en Samaria! Felipe estaba alcanzando a los que allí vivían con las buenas nuevas del evangelio de Cristo. Resulta interesante que Felipe fue uno de aquellos siete diáconos elegidos para ayudar a los apóstoles, no con la enseñanza ni la predicación, sino en el servicio a las mesas (6: 1-7). Sí, en el capítulo 6 leemos que Felipe fue elegido por aquella primera congregación de cristianos en Jerusalén para ayudar a servir en las mesas. Sin embargo, dos capítulos más adelante lo encontramos predicando, echando fuera demonios y haciendo milagros.
Felipe había abrazado completamente la gran comisión que viene con el llamado a seguir a Cristo. Más aún, Felipe nos enseña que para alcanzar a “Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra” (1: 8), tenemos que estar dispuestos a obedecer a Dios. En medio del éxito que Felipe había logrado en Samaria, Dios lo llama a salir de allí. No le dice exactamente a dónde ni a quién lo está enviando. No le da muchos detalles, solo que tomara el camino desierto de Jerusalén a Gaza. En términos humanos, Felipe muy bien que pudo haber tratado de “dialogar” con Dios para quedarse en Samaria. Después de todo, allí le iba muy bien. La gente se estaba convirtiendo. Había una atmósfera de alegría y mucha receptividad. Era una experiencia de mucho fruto y gran éxito. Sin embargo, Dios lo saca de Samaria y lo envía por un camino desértico a encontrarse con un hombre de otra raza y otra cultura. El llamado que le hace Dios a Felipe no es muy atractivo. Lo invita a dejar la comodidad del éxito logrado para arriesgarse a lo desconocido.
Felipe responde de manera casi inmediata y, en obediencia, se va. Esa respuesta no es de extrañar, si recordamos cómo respondió cuando, por la persecución, la iglesia en Jerusalén fue esparcida (8: 1). Felipe no tuvo reparos en dejar atrás sus labores de diácono para ejercer otras labores en las cuáles quizá no tenía mucha experiencia. Es así como en Samaria desarrolla un ministerio con el que logra alcanzar a toda una ciudad con las buenas nuevas del evangelio. Felipe era obediente y había abrazado de manera total el llamado a seguir a Jesús. Estaba dispuesto a someter su voluntad a la voluntad de Dios. De esta manera Felipe emprende el camino al encuentro con el eunuco etíope. Sin saberlo, la obediencia y la entrega de Felipe lo llevaron a alcanzar otra nación, Etiopía, y así, “hasta lo último de la tierra” (1: 8).
Iglesia, hemos llegado a un punto en nuestra historia donde somos llamados, como Felipe, a salir de la comodidad de lo conocido y lo logrado. Dios nos llama a emprender un viaje por un camino, tal vez difícil y desconocido, pero que nos llevará al cumplimiento de nuestra misión.
Es hora de salir y alcanzar.
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