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Foto del escritorRvda. Yamina Apolinaris

Hagamos Espacio para la Esperanza


Texto: Lucas 1: 47-55


El tema en esta mañana nos ubica junto a un personaje principal de la historia de adviento y de la navidad. No solo nos posiciona junto a María, sino además nos permite escuchar una vez más, ese hermoso cántico, tan emblemático y tan importante para la explicación del nacimiento del Salvador del mundo.


Como yo les he dicho una y otra vez, tenemos que sentir como que nos metemos en la piel de esta chica llamada María. Pensemos por un momento en su contexto social/comunitario. Era un tiempo de grandes retos y múltiples dificultades. Por un lado, los gobernantes, sólo buscaban su propio beneficio, enriquecimiento y poder. Los religiosos por tu parte, también hacían todo menos brindar esperanzas al pueblo. Imponían cargas que ni ellos mismos llevaban y usaban los ritos religiosos para su propio beneficio y poder.


En cuanto a María, también estaba pasando por un momento difícil. Ya pronto para ser desposada con un hombre que no sabemos si era quien ella esperaba, y además con la noticia de que Dios le había escogido para llevar en su vientre el Mesías, el Salvador del mundo.


Este es el contexto en el que surge este cántico poderoso, hermoso y radical. La fuente de donde lo toma María, es del cántico de Ana, cuando lleva al templo a su hijo Samuel. Estas palabras no son simplemente la repetición de un texto antiguo. María se inspira en él y lo hace suyo. Es la expresión de una joven, que sabe que, si bien los días podrían parecer sombríos, ella tiene la completa y total convicción de que Dios estará con ella. Así que, María hablaba desde sus vivencias; desde su fe; desde saberse poca cosa, insignificante, carente de posibilidades, pero confiada de que, el Dios soberano, la había mirado con amor y con misericordia.


Son las palabras repetidas una y otra vez, sabiéndose anhelante, necesitada, sin poder alguno, pero alcanzada por la gracia del Dios que atiende a las personas humildes y que mira de lejos al altivo. Y por eso, no solo sería bendecida, sino que afirmaba a su vez, que esa misma bendición se haría realidad en aquellos y aquellas que, como ella, sabían que no se merecían nada, pero que, aun así, seguían experimentando la misericordia y el sostén de Dios. Esta oración de alabanza, expresa de manera clara la razón por la cual María magnifica el nombre de Dios.


Sin duda, esto apunta a una trayectoria divina marcada por la compañía de ese Dios amoroso y solidario. Ella sabe que no es ahora que Dios ha de actuar, sino que Dios ha estado presente interviniendo en la vida de su pueblo de generación en generación. Esa memoria colectiva es la que María ha heredado, y que ahora le permite afirmar que Dios no es una mera imagen de templo, ni tampoco una esfinge de la figura humana. Sino que Dios es su salvador, su refugio y su esperanza.


Pero otra vez, fíjense que esa afirmación no viene porque las cosas en el pasado como en el presente hubiesen estado bien. Todo lo contrario. En su momento, nada podía presagiar buenas cosas, pero Dios obró. En el pasado nada podía anticipar que cruzarían el mar en seco, pero lo hicieron. Nada podía presagiar que se caerían los muros, pero se cayeron. Nada podía anticipar que del cielo caería maná, pero cayó; y pocos podían creer que de una piedra saliera agua para calmar la sed, pero salió.


Una y otra vez como tema recurrente en las profecías del Antiguo Testamento se afirma que quienes están seguros y se sienten poderosos desde los esquemas humanos, no tienen ninguna seguridad ni ningún poder, dentro de los esquemas divinos. Y de igual manera, hay una afirmación continua que Dios escucha el clamor de la gente más humilde, de quienes piensan que nadie les escucha. Quienes se tienen en menor estima, a éstas y estos escucha Dios de manera preferencial.

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