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Foto del escritorRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

Entrega Total II

2 Corintios 5.11-15

 

El pasaje que da base a este escrito es uno intrigante. ¿Qué habrá querido decir Pablo con las palabras que escribió? Para responder a esa pregunta nos es necesario saber que Pablo se estaba defendiendo de acusaciones que sus adversarios lanzaban contra él, cuestionando su apostolado, exigiendo recomendaciones y desacreditando sus enseñanzas y motivaciones. A pesar de tales acusaciones, Pablo continuaba hablando acerca del tesoro que estaba en manos de barro, es decir, la predicación del evangelio. Mientras hacía esto, procuraba no desmayar, pues veía las contrariedades de la vida como eventos leves y momentáneos. Así mismo, procuraba serle agradable a Dios, pues el amor de Cristo lo impulsaba a ello.


Considerando lo anterior, Pablo hablaba de un conocimiento innato del Señor que tanto él como sus seguidores tenían. Ese conocimiento lo hacía vivir con temor reverente, o sea, vivía una vida que respetara las enseñanzas de Aquel a quien había conocido. Sin embargo, Pablo también afirma la necesidad de una autoreflexión que revelara su interior, sus intenciones y sus motivaciones, pues, a fin de cuentas, ante Dios nada podemos esconder. Por esta razón, Pablo afirma: “a Dios le es manifiesto lo que somos…”, pues Dios le conocía, y su vida era un libro abierto ante Dios. Teniendo en mente esta verdad, Pablo no buscaba convencer a nadie de su sinceridad: solo buscaba demostrar a otros/as su amor por la causa de Cristo. Como pastor, Pablo esperaba que la iglesia de Corinto también pudiera ser así.


Aquellos creyentes deberían ser reverentes siendo juiciosos, teniendo discernimiento y empleando bien sus sentidos para no dejarse engañar por las apariencias. Los corintios no debían dejarse llevar o impresionarse por lo visible, lo llamativo o atractivo, sino por la fe y la fidelidad de quienes afirman ser llamados por Dios. Así pues, si algo debía impresionarles, era el creyente que vivía para Dios y que servía en la construcción de su reino, un reino de vida y amor.


Al concluir, debo afirmar que, al igual que el apóstol, no debemos claudicar ante las contrariedades y/o adversidades de la vida. Todo lo contrario: debemos entregarnos por completo a Él, pues su amor es el impulso necesario en nuestro caminar de fe, trascendiendo nuestras limitaciones e incapacidades y permitiéndonos ser instrumentos de bendición en sus manos.


Pastor Alberto

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