2 Reyes 5:1-5; 14
Este domingo las Iglesias Bautistas de Puerto Rico celebramos el domingo de la niñez. Es una invitación a resaltar y afirmarnos en el compromiso con nuestra niñez.
Estoy segura que todos/as hemos jugado al escondite alguna vez. De hecho, ese era uno de mis juegos favoritos de mi niñez, y también resultó ser uno de los favoritos de mi hija cuando era pequeñita. Le encantaba esconderse para que yo fuera a buscarla. Aunque no le gustaba mucho que me escondiera en sitios donde ella no me encontrara rápidamente.
Que curioso es jugar al escondite con los bebés y los pequeñines/as; cuando cierran los ojos, o se les tapa la carita, piensan que las personas se han ido. Luego cuando más grandecitos, que ya pueden caminar, también a veces se esconden en lugares donde se les ve alguna parte del cuerpo, pero como tienen la cabeza escondida y no ven, piensan que tampoco se les ve.
Mientras más pequeños somos, comprendemos nuestro mundo en función de lo que somos capaces de ver. Una muestra de que nos vamos haciendo mayores, es precisamente, la capacidad que se desarrolla para comprender asuntos más abstractos, y entre estos, la capacidad de creer aun en lo que no vemos.
Por eso me parece tan inspirador este relato que aparece en el libro de 2 Reyes, sobre la curación de Naamán. En la historia nos damos cuenta que, en fin de cuentas, el protagonista no es Naamán, ni siquiera Eliseo. El personaje principal es una niña sin nombre. Una niña arriesgada, pues no teme intervenir en la conversación de las personas adultas, para compartir su fe en el Dios de Eliseo; pero también una niña que tiene muy claro, a su temprana edad, en quién se puede confiar.
Por eso no teme expresar con claridad, el anhelo amoroso, de que su amo vaya donde Eliseo, con la confianza de que recibirá la salud que necesita.
Esta niña, que no es rencorosa, pues no busca el mal de los que le tienen cautiva, sino que expresa de manera amorosa y esperanzadora su fe en el obrar de Dios. Una niña que, con seguridad, conoce del profeta y de sus obras, porque en algún momento, un familiar o una persona cercana, supo encaminarla y compartir sobre el obrar sanador de Dios. Esta niña nos recuerda que, hay mucho que aprender de nuestra niñez. Por esa razón Jesús dijo que, “de ellos es el reino de los cielos.” Son muchas las lecciones que nos pueden dar, cuando les tomamos en serio.
Esta historia también apunta a la necesidad de, como familias, nos dispongamos a seguir descubriendo las cosas maravillosas que Dios tiene para quienes confían y esperan en Dios. Que la fe no sea simplemente un asunto de algunos domingos en la mañana y el resto de la semana la dejamos colgando de la puerta.
Esta niña del relato bíblico nos llama a abrir los ojos, la mente, el corazón, y descubrir al Dios de la vida, al Dios del amor, al Dios del acompañamiento, al Dios que cuida de ti como cuida de toda la creación, por tanto, al Dios que, en Cristo Jesús, te muestra que, no te deja en un solo instante; y que quiere llenar tu vida de alegría y de esperanza. No es el Dios de la religión, es el Dios de la fe verdadera. No es el Dios de la religiosidad, es el Dios que invita a la confianza plena. No es el Dios del pasado, es el Dios del presente, y de tu futuro. Es el Dios que es el mismo hoy, ayer y por los siglos.
Seamos agentes de bendición, de modo que nuestros niños y nuestras niñas, conozcan y crean en ese Dios amoroso, y escuchemos a su vez el testimonio de la fe de nuestra niñez, cuando canta y proclama que, en Cristo Jesús, tenemos un amigo que nos ama.
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