
Juan 11:33-44
Nos acercamos en esta ocasión al Evangelio de Juan, donde observamos que, los milagros, se presentan como muestras y señales de lo concreto; es decir, de la identidad de Jesús como Hijo de Dios (Mesías). También estos evidencian el poder de Jesús como enviado de Dios, que anuncia la nueva noticia, que el Reino de Dios se ha hecho cercano. Este Dios presente en Cristo Jesús es un Dios cercano, que no se mantiene a la distancia, y que además interactúa con sus criaturas, compartiendo sus vivencias y sus sentimientos.
El amor y la gracia de Dios hacen posible la vida
No hay nueva vida sin amor, no hay vida resurrecta sin gracia. Es Juan el que habla del amor de Jesús que cambia el sentido de su relación con sus discípulos llamándoles amigos, pero que además les manda a amarse unos a otros.
En este pasaje sin embargo se nos presenta de forma implícita ese Dios amoroso, inclusive un Cristo lloroso, que comparte nuestro dolor. En esta historia, Jesús se conmueve ante el sufrimiento de quienes aman a Lázaro y porque él también le ama le vemos mostrar esa solidaridad a través de su llanto. Ese llanto representa el amor y la ternura de Jesús para los demás. Ese es el Jesús que nos presentan los Evangelios.
El Cristo compasivo que no deja a una mujer encorvada en el silencio de su soledad, sino que más allá de los obstáculos la identifica y levanta su rostro permitiéndole caminar libre de su dolencia y de pie. Es el Jesús que no permite que el ciego que ha recibido la vista vea de forma distorsionada y confusa viendo a los hombres como árboles que caminan, sino que le toca por segunda vez, y junto a ese segundo toque no sólo le da la vista sino además una nueva visión para su vida y sus circunstancias. Es el Jesús que no deja a una mujer hemorroisa sin salud y no permite que un paralítico bajado del techo por sus amigos, se vaya sin que sus pecados sean perdonados. Cuán amoroso es Jesús, que invita a Zaqueo a bajarse del árbol para comer en la casa de un despreciado y recibe con gratitud los llantos de una mujer inmunda, haciendo lugar para ella en la mesa de su reino.
Ese Cristo compasivo que recibe a los niños y a las mujeres perdona y restaura, permitiéndoles sentarse a sus pies y reclamar un lugar que nunca les será quitado.
La presencia de Dios siempre viene acompañada de su amor y nunca es presencia tardía, sino siempre oportuna, siempre propicia, siempre necesaria. Dios nunca llega a destiempo; puede manifestarse en nuestra vida cuando menos le esperamos, pero siempre cuando más le necesitamos. Y así llegó donde Lázaro, cuando todos pensaban que ya era tarde, que no había posibilidades; allí se aparece el Señor para propiciar por medio de su amor y su gracia la vida plena y abundante que sólo es posible en Él.
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