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Foto del escritorRvda. Yamina Apolinaris

Dios nos ha tomado de la mano

Texto: Isaías 42:6

 

Este texto de Isaías describe de manera clara lo que el profeta está procurando comunicar al pueblo de parte de Dios en lo que respecta al sentido de pertenencia a Dios. Al dar un vistazo al contexto sabemos que es el momento cuando el pueblo ya se encuentra en cautiverio en Babilonia, unos doscientos años después de la predicación del primer Isaías. Han pasado circunstancias difíciles y el pueblo se pregunta: “¿Dónde está Dios?”, “¿Qué está haciendo Dios?”, “¿Por qué les permite sufrir de esta manera?”.


Son preguntas fundamentales. Son preguntas que pueden verse como reproches, pero en verdad son interrogantes que tienen que ver con la relación con Dios, con la manera como este pueblo entendía el obrar y la intervención de Dios en sus vidas.


Y es en medio de esta situación que Dios habla de un nuevo tiempo, de una nueva posibilidad de parte de Dios. Si damos un poco de marcha atrás en el capítulo 40, nos damos cuenta que la palabra es “consolaos, consolaos, pueblo mío”. El texto en original se traduce, no solo como una expresión de consolación que se recibe, sino, de igual manera, que se da. En otras palabras, que no es sólo “consolaos pueblo mío, sino, además, consolad, pueblo mío”. Este consuelo viene como resultado de la manifestación de la presencia y obrar de Dios, en todas las circunstancias, inclusive para perdonar a su pueblo.


En el texto del capítulo 64, recordar el pasado es lo que le hace al pueblo de Dios entender que no ha sido completamente fiel, que ha faltado a Dios, que ha pecado. Sin embargo, no se queda ahí, porque ese mismo pasado le afirma en la posibilidad de un nuevo perdón, una reconciliación, una nueva oportunidad de parte de Dios.


Este recuerdo del pasado es pues lo que nos permite proclamar esperanza para el futuro. El Dios que nos tomó en sus manos aún hoy sostiene con su mano poderosa. No hablamos desde la ilusión de lo que quisiéramos que fuese, ni desde el engaño de lo que no conocemos: hablamos desde lo que hemos experimentado en Cristo Jesús y desde lo que vivimos día tras día.


Es, de igual manera, imprescindible recordar que también se nos ha llamado a actuar desde el propósito de Dios. Para ello se ha de escudriñar e interpretar los signos de los tiempos, de modo que se responda, no de forma caprichosa, sino transformadora, ante los retos que como iglesia y comunidad enfrentamos.


El llamado es a afirmar que somos pueblo de Dios y que estamos en sus manos, por eso sabemos que, independientemente de dónde estemos y cómo nos sintamos, Dios sostiene nuestra vida. El llamado es también a traer a la memoria lo que el Señor ha hecho en favor nuestro, de modo que no desesperemos ni mucho menos perdamos la esperanza. El llamado es también a compartir esa verdad con quienes están a nuestro alrededor, de modo que, a su vez, ellos y ellas puedan recibir la bendición de la compañía del Dios que sostiene su vida, no importa las circunstancias.

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