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Del vacío a la plenitud


Texto: 2 Reyes 4: 1-7


Hoy día vivimos un momento nunca antes pensado. Recuerdo cuando las personas celebraban el final del mes de enero, como queriendo dejar atrás la angustia del terremoto y

los cientos de réplicas, que parecían no terminar nunca.


Y llegó el Covid19. Ahora, ya no es un asunto del temor de las personas en el suroeste, ni siquiera del resto del país; ahora es un temor que arropa el mundo entero. Hoy el cierre de los lugares donde se congrega gente incluye nuestras iglesias, y junto con muchos otros países, nos sentimos desprovistos de aquello que nos brindaba seguridad. Esa es solo parte de nuestra realidad, pues la misma no se limita a lo que otras personas definen para nosotros y nosotras, sino que está compuesta también de lo que creemos, lo que sentimos y afirmamos en lo profundo de nuestro corazón.


Y como siempre, recurrimos a las escrituras para reflexionar y nutrir la fe que necesitamos para enfrentar estas circunstancias. Esta ocasión consideramos la historia de una mujer viuda, que se encuentra al límite de sus circunstancias. El eje temático que une estas historias podemos definirlo como el movimiento del vacío a la plenitud. El texto nos dice que el profeta la envió a entrar en su casa y cerrar la puerta.


Antes leía esta historia y no comprendía esta orden del profeta, hasta que he pasado por esta experiencia donde se nos ha ordenado que nos quedemos en casa. Los primeros días son como vacaciones, pero mientras pasan los días nos sucede que, ya limpiamos todo lo que teníamos que limpiar y arreglado todo lo que teníamos que arreglar. Nos encontramos con mucho tiempo para pensar, nos preocupamos y nos da ansiedad no saber qué pasará.


La viuda de esta historia fue enviada a su casa, a cerrar las puertas y estar allí con su familia. No sabemos cuánto tiempo pasó encerrada en su hogar. Pero allí, en el ámbito del hogar, de la familia, a puertas cerradas, donde no hay necesidad ni de victimizarse ni de vanagloriarse, esperó en Dios. El aceite continuó fluyendo mientras hubo vasijas vacías que llenar. Y es que, es precisamente en la fe que se comparte y en el esfuerzo que se realiza en familia, buscando las posibilidades y confiando en el obrar de Dios, que se experimenta el milagro.


¿Cómo enfrentamos este momento, desde la desesperanza y la angustia de no saber qué nos va a pasar o desde la convicción de que Dios está presente y por eso, tenemos confianza y esperanza? ¿Le compartes a los tuyos el testimonio de cómo Dios ha obrado en el pasado? ¿No te parece que es el momento de orar juntos/as, de compartir la fe que nos sostiene?


Este “encierro”, puede darnos la oportunidad de abrirnos al diálogo, a compartir tiempo de calidad entre los miembros de la familia; y quienes viven solos/solas, a conectarse a través del teléfono y de los recursos que tenemos para acompañarnos y apoyarnos. ¿Cuáles son las vasijas que tú has visto sólo como envases vacíos y sin posibilidades? ¿Qué hay en tu vida, en tu hogar, en la intimidad de tu casa que tiene la posibilidad de ser lleno a plenitud si tan sólo tú lo reconocieras como la vasija que Dios quiere llenar?


Te invito a que hagas conmigo esta oración. Señor, llena mis vasijas vacías con el aceite de tu gracia, tu misericordia, tu amor, y tu paz. Amén

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