Apocalipsis 3: 14–22
Durante los pasados meses hemos considerado los mensajes dados a las Iglesias del Apocalipsis como modelo para nuestra vida cristiana y de iglesia. El mensaje a Laodicea cierra magistralmente este conjunto de enseñanzas con un recordatorio divino a esta iglesia, un mandato que, entre otras cosas, corrige el concepto que tenían de Él. Aquel que se había presentado como la estrella de la mañana, como el que tiene los siete espíritus de Dios y como el verdadero también se presentó como quien es digno de confianza y por quien todo lo que existe subsiste. Él les hizo saber a las siete iglesias dos cosas muy importantes: primero, que Él siempre será más grande que los conceptos que podamos tener de Él; segundo, que se reveló y se revela a su iglesia con el propósito de que sus hijos le conozcan a plenitud.
Este último mensaje exhortaba a sus destinatarios a no ser cristianos nominales, es decir, que no se creyeran que ya lo habían alcanzado todo ni pensaran que tenían todo cuanto necesitaban. Por estar en esa situación es que habían puesto a un lado el mandamiento y el consejo divino para sus vidas. ¡Qué arrogancia espiritual! Esto les sucedió por separarse de la fuente de la vida y convertirse en creyentes tibios, sin interés en el crecimiento que solo Dios da. Ante esa realidad, el mensaje divino insistió, como quien toca a la puerta, para recordarles que el verdadero crecimiento está, no en lo que podamos tener, sino en lo que de Dios podían recibir.
¿Qué tenían que hacer los laodicenses? La acción correctiva se resume en reconocer humildemente que necesitaban de Dios. Para llevarlos a este reconocimiento, el autor utiliza tres imágenes: la primera, el oro, el cual representaba la provisión de Dios a su necesidad, pues a pesar de creer que lo tenían todo, no tenían nada; la segunda, las vestiduras, una imagen de protección y dignidad que contrastaba con lo que sería el juicio divino si no se arrepentían; la última, el colirio (un ungüento para los ojos), pues necesitaban abrir sus ojos espirituales para reconocer su propia realidad. Si hacían esto, además de vivir en armonía con Dios, vivirían en armonía con sus semejantes.
Al culminar esta serie de mensajes recibimos, al igual que aquellas siete iglesias, un llamado a la reflexión que nos ayude a: conocer verdaderamente a Dios, mirar nuestra vida para identificar y arrepentirnos de nuestros pecados y caminar en fidelidad hacia el Señor. Solo así seremos vencedores.
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