Juan 3.16
El 9 de marzo de 2005 viví una experiencia que siempre atesoraré: el nacimiento de mi hija Victoria. Luego de muchas horas de parto, por fin mi esposa y yo podíamos ver a Victoria, tomarla en nuestros brazos, tocarla y, finalmente, respirar. En medio de esa experiencia vimos dos cosas importantes: lo frágil que era aquella bebé y el gran amor que sentimos al verla. Esa experiencia se repitió el 10 de junio de 2011 con el nacimiento de mi hijo Esteban. Recuerdo que al tener a Victoria y posteriormente a Esteban en mis brazos pensé: “así somos nosotros delante de Dios: seres humanos frágiles y necesitados de Él”. Seres humanos necesitados del amor que sostiene, alienta, cobija y brinda seguridad. Seres que somos objetos del amor de Dios.
El verso considerado es quizás el más conocido de la Escritura. El mismo describe la grandeza del amor de Dios, pues presenta al ser humano, con toda su fragilidad e imperfección, como objeto de ese gran amor. En este pasaje, el autor señala que la redención es un regalo de amor cuyo propósito es suplir al ser humano con un significado existencial: la salvación. También describe la manera en la que el ser humano puede recibirle: creyendo.
Adviento nos recuerda ese gran amor de Dios. Nos recuerda que su venida fue por amor. Por amor Dios se encarnó en Jesús: fue por amor que nació en un pesebre; fue por amor que ejerció un ministerio de libertad, reconciliación, paz y perdón; fue por amor que no renunció al Calvario, sino que llegó hasta la cruz; fue por amor que resucitó y fue por amor que te ha dado una promesa de vida eterna en Él. Es por amor que prometió que, cuando un ser humano se acerca a Él, Él nunca le echará fuera. Es por amor que sostiene, alienta, cobija y brinda seguridad a pesar de nuestra fragilidad. Dios pensó en ti desde antes de tu existencia, piensa en ti hoy, piensa en ti en tu crisis, piensa en ti cuando tú no piensas en Él, piensa en ti siempre porque te ama.
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