Salmo 22: 1–4
Los últimos años de la década de 1920 fueron de grandes dificultades para Puerto Rico y el mundo. En 1928, el huracán San Felipe destrozó los sembradíos de caña, café, tabaco y otros productos agrícolas que servían como medio de sustento para nuestra economía. Apenas el país se recuperaba cuando en 1929 cayó el mercado de valores de los Estados Unidos, lo que provocó que el dinero escaseara y aumentara el precio de los bienes y la tierra; en fin, comenzó la mayor crisis económica del siglo 20. Para 1929, en Puerto Rico, el nivel de pobreza había aumentado significativamente, y los efectos de esa crisis fueron devastadores. En medio de ese panorama, nuestra iglesia, que ya contaba con 29 años de historia, afirmó aquella verdad bíblica que nos recuerda que “Dios habita en medio de la alabanza”. Sí, aquella alabanza que es tributada a Dios por su salvación y sus obras y que nos recuerda que en Él estamos seguros. La fe de aquella generación se evidenció, y, como resultado, nació nuestro ministerio coral: el Coro Bautista de Caguas.
Desde sus inicios, nuestro coro ha nutrido nuestra experiencia de adoración congregacional. Inicialmente el coro ayudaba a la iglesia a cantar la himnología congregacional, pero no solo se limitó a ello. El coro edificó la iglesia de otras maneras, como escribiera el Dr. Cruz López, lo que lo convirtió en un ministerio para la gloria de Dios, un ministerio que expresa alabanza y gratitud a la vez que era un instrumento de proclamación y fe para la edificación espiritual y la unidad del Cuerpo de Cristo. Además ha sido un instrumento de consolación, iluminación y alimento espiritual. Noventa y cuatro años después, los que “hemos venido detrás” podemos afirmar la fidelidad de quienes nos antecedieron, aquella que se evidenció a pesar de la crisis de su tiempo, aquella que convertía el lamento borincano en una expresión de confianza en Dios. Ese fue su testimonio y legado de fe.
Al celebrar el aniversario de nuestro coro, además de recordar el legado de quienes nos antecedieron, debemos preguntarnos: ¿cómo las generaciones presentes les evidenciaremos a las próximas generaciones nuestra fidelidad hacia Dios? Que el Señor nos ayude para que nuestra alabanza no se limite a las palabras, sino que pueda ir acompañada de acciones que les recuerden a otros que en Dios estamos seguros.
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