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Abre tus ojos y descubre el amor de Dios


Texto: Lucas 7:36-50


Estamos concluyendo nuestra campaña de Mayordomía, desde el tema de las Promesas de Dios: Dios, que por su amor y su fidelidad se compromete y nos invita, de igual manera, a comprometernos.


Esta historia que aparece en Lucas, comienza en la perícopa anterior cuando los discípulos de Juan el Bautista son enviados donde Jesús. Resulta interesante que Juan, a estas alturas, se viese en la necesidad de enviar a sus discípulos a indagar sobre Jesús. Es claro que a Juan le interesa que sus discípulos vean por ellos mismos quién es Jesús y lo que éste hace. Noten que aquí el énfasis se pone en la manifestación del amor y la misericordia de Dios evidenciada en los hechos milagrosos de Jesús, que no son otra cosa que, las evidencias de la transformación que Jesús realiza en todas las personas que encuentra a su paso.


Al mirar estas historias nos encontramos con un hilo conductor, en la forma de una pregunta, que une todos los personajes. La pregunta es: ¿qué ves? Pero ojo, porque no se trata aquí sólo de lo que se ve en el exterior, es decir, las cosas que acontecen y los milagros que se realizan. Aquí se identifica, sobre todo, lo que hay en el corazón. Por eso en los textos anteriores se habla del perdón, de no juzgar a los demás, de los frutos; y también del centurión que quería mucho a su siervo y pide por su salud, y de la viuda de Naín que llora por su hijo que ha muerto. Son historias de gente que ama y que por ello se acercan al Jesús, que a su vez muestra su amor y evidencia su gracia.


La presencia de Jesús en casa del fariseo siempre me ha parecido tan maravillosamente paradójica, pues el fariseo invita a Jesús, de seguro porque se siente que, si alguien es digno de la visita de Jesús, ese es él. Pero Jesús, entró en la casa del fariseo, con la intención de entrar en su corazón. Porque, sin duda, el corazón de este hombre necesitaba ser transformado; no desde fuera sino en su interior.


Con la llegada inesperada de una mujer nos damos cuenta de cómo ve Simón a Jesús. Ella hace que se ponga de manifiesto el verdadero corazón del fariseo. Simón, trata a Jesús como un extraño, olvidando las reglas más elementales de respeto y cortesía. La mujer, una extraña, se acerca a Jesús como si le hubiese conocido de siempre. Dos polos opuestos: Simón y la mujer.


La escena que Lucas describe es muy tierna, profunda, conmovedora. Allí está la mujer, a los pies de Jesús, sin decir una sola palabra. Sus lágrimas lo dicen todo; son lágrimas silenciosas pero elocuentes. Aquí se da una comunicación de corazón a corazón. Porque cuando se habla de corazón, las palabras sobran. No quiero decir que no hay que pronunciar palabras, pero hay veces que las palabras están de más y por el momento a lo que tenemos que dar rienda suelta es al latir del corazón.


Jesús rompe el silencio de la ocasión con una parábola, seguida de una pregunta, ambas dirigidas a Simón. ¿Ves esta mujer? La pregunta descubre no sólo dos miradas diferentes, sino más aún dos corazones distintos. Simón veía a una mujer que quería engañar a Jesús, pero Jesús veía una mujer que amaba mucho. Simón veía una mujer que tenía que ser puesta en su sitio, pero Jesús veía una mujer que necesitaba ser liberada. Simón veía una mujer que tenía que ser reprendida; Jesús veía una mujer que necesitaba ser perdonada. La mirada de Simón era la mirada de la ley, la mirada de Jesús era la mirada del amor. Porque es la mirada de un Dios que nos atrae con cuerdas de amor. La mirada de un Dios que en el texto bíblico dice que nos ama, como una madre que da a luz a su criatura. Y además promete, “aunque te olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti”. Simón, ¿ves a esta mujer? La pregunta es realmente una invitación a verla de manera diferente.


Somos parte de un mundo que ha encontrado maneras de "ver" cosas dentro del cuerpo, en las células, en el reino de los sentimientos y sensaciones; en la atmósfera; en el espacio, en el planeta y los sistemas cercanos y lejanos. Pero, ¿podemos ver-nos de otra manera? ¿Podemos dejar a un lado nuestras percepciones erróneas, prejuicios, estereotipos, miedos o desconfianza?


Doy gracias a Dios porque en Cristo y por medio de Él una vez fui, “mirada” de una manera diferente. Cada día el Señor me mira con sus ojos misericordiosos. Porque, “sus misericordias son nuevas cada día, grande es Su fidelidad”.

Somos llamados y llamadas a ver como Cristo ve, con una mirada amorosa, transformadora y misericordiosa.


¿Y tú qué ves y cómo ves?


Abre tus ojos, y descubre al Dios amoroso y misericordioso que te arropa con su amor. Responde con fidelidad y compromiso a su llamado.







Photo by Marina Vitale on Unsplash

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