“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” –Isaías 9.6
Hoy es el tercer domingo de adviento. Adviento se deriva de la palabra latina “adventus”, que significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de adviento a las cuatro semanas o domingos que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en esperanza y arrepentimiento para la llegada del Señor. Personalmente veo esa venida en tres tiempos: su nacimiento en el pesebre, su nacimiento en el corazón del ser humano y la promesa de su venida en gloria.
El pasaje considerado es el anuncio al pueblo de Judá de la “venida” de un período de gozo, esperanza, paz y restauración en un tiempo en el que parecía imposible, puesto que Judá había quedado sometida bajo los asirios como consecuencia del rechazo del rey Acaz a los consejos divinos revelados por el profeta Isaías. En medio de esa crisis nacional, el profeta anuncia la venida de un niño que renovaría las esperanzas del pueblo, pues su nombre, Emanuel, transmitiría el deseo de Dios para con su pueblo: estar con ellos. Aunque el mensaje del profeta es históricamente relevante para el pueblo, este también cobró una relevancia teológica muy importante para los seguidores de Jesús. Un ejemplo de esto lo vemos en el evangelista Mateo, quien utiliza parte de este pasaje para el anuncio del nacimiento de Jesús.
El profeta Isaías señala ciertos atributos que tendría el niño que habría de nacer: Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz. Estas características iban más allá de lo que se imaginaba para un gobernante. Así pues, desde muy temprano en la historia cristiana, los escritores bíblicos entendieron que cada uno de los atributos divinos se cumplía en Jesús. Dichos atributos hablaban de su carácter y de la manera en la que ejerció su ministerio en la tierra.
A la luz de este relato, continuamos con la celebración de adviento al encender la vela que representa la paz, pues el propósito de la venida de Jesús al mundo es de paz. Esa paz ha sido compartida como un don, como un regalo, de Dios para que los seres humanos puedan reconciliarse mutuamente y vivir en comunión con Él.
¡Afirmemos la paz, vivamos en paz y esperemos la venida gloriosa del Príncipe de Paz!
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