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Unidos en Adoración

Foto del escritor: Rvdo. Alberto J. Díaz RiveraRvdo. Alberto J. Díaz Rivera

“Nosotros hemos visto aparecer su Estrella en el oriente y vinimos a adorarlo.” –Mateo 2: 2


 




El pasaje considerado nos presenta el momento en el cual los sabios de oriente, guiados por la estrella, llegaron hasta donde estaba Jesús. Estos sabios representaban diferentes pueblos, posiblemente diversos idiomas, diversas tradiciones y diversos acercamientos a lo sagrado. Estos sabios, en medio de su diversidad, tuvieron una unidad de propósito, una meta común: llegar hasta donde estaba Jesús. Dicho propósito enfrentó un sinnúmero de desafíos —geográficos, culturales y políticos—. A pesar de esto, caminaron unidos hacia su meta: el rey que había nacido.

 

La experiencia de los sabios de oriente presenta un referente para la iglesia presente, este es, superar nuestras diferencias para trabajar juntos en la construcción del Reino de Jesucristo. Ese fue el deseo de Jesús, expresado en su oración: que su pueblo pudiera alcanzar la unidad, tal como la que había entre Él y el Padre. Ahora bien, para que la unidad sea una realidad en medio de la comunidad de creyentes, nuestra mirada debe estar dirigida al cielo. Elevemos nuestra mirada al cielo, no para ignorar lo que nos rodea, sino para discernir la dirección divina en nuestro quehacer en el mundo. Hagámoslo también porque, en la medida que elevemos más nuestra mirada al cielo—que representa mirar a Jesús—, veremos menos nuestras diferencias y seremos testigos de lo que Dios hace a pesar de ellas.

 

Por último, la unidad de propósito que nos demuestran los sabios de oriente nos permitirá ofrecer al Señor lo mejor de nuestra vida. Así lo hicieron los sabios, no con el oro, el incienso y la mirra, sino al postrarse y adorar al rey que había nacido. De esta manera, testificaron que aquel niño no era solo el rey de los judíos, sino que también era Rey y Señor en sus vidas.

Así pues, lleguemos cual sabios ante el Señor confiados en que “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).

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